No creo, que en este mundo haya exento un niño de asustarlo con algo o alguien. Recuerdo la primera vez que vi el Cojo. Era un señor callado, con afro gris y larga barba de igual color. Miraba de manera intimidante (errónea impresión de mi parte) no saludaba de manera simpática y a pesar de su discapacidad, sus pasos eran rápidos y bien asesorados por su personalidad.
“Si te portas mal, El Cojo te va a llevar para la barranca a trabajar”. Eso siempre me decía Viola, una hermana más para mi mamá y mis tías y tío (José). Era hija del “compadre Pi” y la “Comadre Ana” y vivía desde hace mucho tiempo en casa de mi abuela, creo que desde antes de yo coordinar palabras o tener recuerdos.
El Cojo, vivía en la Nino Rizek, a muy corta distancia de la cuchilla Salomé Ureña, Los Mártires y el parquecito. Me cuenta mi mama que él sembraba diferentes plantas en la famosa “barranca “que daba a la parte de atrás de todas las casas de la Avenida Los Mártires.
El cuartel de la policía, estaba prácticamente frente a doña Carmela. Yo, de alguna manera sentía seguridad de que estuviera tan cerca de casa de mi abuela porque así mi bicicleta estaba segura (inocencia de niña).
Sin embargo, uno de los “inconvenientes” de tener la policía cerca, era que, como el azúcar para las hormigas, todas las noches en la banqueta del parquecito de enfrente de casa de mi abuela se llenaba de rasos y “chiviricas” que andaban buscando marido mientras que los policías buscaban placer. Uno que otro niño salió concebido de esos encuentros pues allí se conocieron sus padres. La habitación de mi abuela daba hacia la avenida y por aquellos ruidosos encuentros sociales no me la dejaban dormir.
Por otro lado, el que me conoce, sabe que mis amigos de infancia eran tan traviesos como yo. Todavía, alguna que otra de nuestras hazañas de cuando niños o adolescentes, son comentadas entre nuestro grupo de WhatsApp pues además de compañeros de travesura fuimos compañeros de escuela hasta graduarnos de secundaria.
En una de esas reuniones del club de traviesos, se buscaba salir de las chiviricas y los policías en el parquecito, pues nuestros padres no nos dejaban jugar allí. De adulta, ya entiendo las razones. “La solución es gratey” dijo Gerinaldo…” que’jeso?” pregunté…” Una cosa que pica muchísimo” Me responde. “Se come?” enseguida pregunté…Tanto Gerinaldo como Abraham comenzaron a burlarse, esa risa llena de sarcasmo de los varones entre 9 y 10 años de edad…Mi ridícula ignorancia de lo que era el gratey, no impidió que dejaran acompañarlos a esa aventura para salvar el sueño de mi abuela y también devolver “la paz” al parquecito y nos dejaran jugar otra vez allí. Ya cuando me explican, acordamos los pormenores para irnos de travesía por la temerosa barranca.
Emprendimos la aventura…Decidimos bajar la barranca por la parte trasera de la casa de Doña Daisy Mues. Yo, solamente recuerdo mi travesía en aquella yagua “importada” de Cenoví que me había traído mi papá. Uno de los placeres más grandes para mí, era sentir con la velocidad que bajaba en ese super y orgánico medio de transporte. Mi freno era o lanzarme de golpe en la planicie o frenar con el tronco del primer árbol que se cruzara.
Nos volvimos a encontrar en la barranca. Emprendimos nuestro camino y estábamos dispuestos hasta llegar al rio si era necesario. A pocos minutos caminando, Gerinaldo se detuvo repentinamente.” Llegamos” dijo” Cómo lo sabes?” Pregunté… “Porque me esta picando!” Si, habíamos llegado a esa planta que tenia las municiones de lugar para acabar con las “chiviricas”. Cuando ya Gerinaldo y Abraham habían podido colectar algo, de un momento a otro se quedaron inmóviles. Yo sentí un frio que me corría por la espalda… Sentí unos pasos que se descubrían con los sonidos de hojas secas al recibir las pisadas… ¡Era El Cojo! Creo, que jamás he corrido en mi vida tan rápido como ese día. Subí en cuestión de segundos aquella empinada barranca, me volé la cerca de púas que dividía las
propiedades de mi abuela y doña Daisy, corrí por todo el patio de mi abuela y llegué a mi cuarto en bola de humo y a pesar de ser verano, me arropé de pies a cabeza. Mi corazón parecía brotar de mi pecho… “Ya si, El Cojo me vio y va a venir a buscarme para llevarme a trabajar en la barranca y encerrarme en la cárcel de niños que se portan mal”.
Duré el resto de la tarde atrincherada en mi habitación. Ni siquiera Sali a tomarme mi acostumbrada malta morena con leche condensada de merienda. Recuerdo que, solamente salí a bañarme y cenar lo de costumbre. Cené en una mesa desolada de la terraza, la cual notaba tenebrosa, producto de ese cargo de conciencia de la barranca, El Cojo y mi desobediencia. Mi sensación de culpa mermó un poco al ver llegar a mi cuarto a mi abuela Eva y mi hermana Inessa para ver, como de costumbre nuestra telenovela favorita: Chispita. La condición de niña y olvidar acciones más tempranas me hicieron rendirme en un sueño profundo de muchas horas. En la mañana del día siguiente, al salir de mi habitación ya estaban mi abuela y mi tía Norys sentadas en la terraza conversando. Tía Norys, como siempre, con sus maravillosos bordados y tejidos que hacía a la perfección. Mi hermana Inessa, sumergida en sus deseos de aprender el paso de “man on the Moon” de Michael Jackson y Viola riendo de ello, no sin antes declarar que nadie era mejor que Fernando Villalona.
De repente, mis pensamientos volvieron a encausarse y recordé lo que pasó el día anterior. Decidí, no salir de la casa por nada del mundo para que El Cojo no me encontrara. Tanto así, que decidí aprender a tejer gracias a las clases de mi tía Norys, no sin antes algunos halones de orejas porque se me “encocaba” el tejido. Mi gato Sigfrido, vago por naturaleza y todo un galán, se divertía jugando con los conos de hilos de tejer.
Alrededor del mediodía, cuando tía Norys se había despedido y mi abuela dormitaba en su mecedora; escucho una voz desconocida, masculina y grave que llamaba a mi abuela. “Doña Eva!” Ella, se levantó y caminó hacia la parte trasera de la casa, por donde estaba la cocina. Al llegar al umbral de la puerta, me detuve de repente y reculé hasta esconderme detrás de mi abuela. ¡Era El Cojo! Llevaba consigo algunas frutas y no recuerdo que más. Mi miedo era tal, que no me daba cuenta que estaba apretando muy fuerte la mano de mi abuela. No decía ni media palabra, no me salían…No podía ver a la cara al Cojo, pero sabía que él sí me estaba mirando. Yo no paraba de pensar y gritar dentro de mí: “Abuelita, no dejes que me lleven. ¡Te prometo que me portaré bien!” Entonces, escucho al cojo preguntar: “¿Esa es nieta suya doña Eva?” Ya sí, confirmando quien yo era para llevarme presa. “Si, es la chiquita de mi hija Valilin” … No iba a poder despedirme de mi papá, mi mamá, Inessa; Sigfrido me iba a extrañar, me iba a perder todos los muñequitos de Chispita, El Galáctico y del Capitán Futuro…Mi Bicicleta la iban a regalar y no iba a poder continuar mis clases de piano con mi maestra Sira…Todo eso daba vueltas en mi cabeza… Sin embargo, El Cojo solamente dijo: “Yo la he visto montar bicicleta por ahí”. Dejó las frutas y se fue.
Ya caminando hacia el portón de la casa y yo avistar que él no regresara, mi abuela me dijo: “Me apretaste duro la mano mi preciosa…No tengas miedo, es mi amigo y me cuida mucho. No te lleves de su barba y su cabello o su problema en las piernas…muchas veces las apariencias engañan” … “¿Abuelita, y es verdad que si yo me porto mal él me va a llevar presa a vivir a la barranca a trabajar?” …” No, eso no es verdad, pero si ve que te estas portando mal va a venir a decírmelo” …De repente, todas esas referencias del Cojo cambiaron…¡Era mi aliado! ¡Mi alma regresó al cuerpo! Es así, como hoy por hoy tengo la firme idea de que el que se muestra más humilde es el que más grandeza de corazón tiene.
El Cojo, entonces caminaba más derecho que cualquier otra persona porque su alma estaba erguida, mientras que muchos que tenían sus pasos derechos, tenían su alma torcida. El Cojo, sin yo saberlo, nos cuidó muchas veces y guardó los secretos de nuestras travesuras.
Ese mismo día, después de abrir los ojos y conocer a ese ser solitario y grande, el plan de salvación se llevó a cabo. Mis “enllaves” Gerinaldo y Abraham, pusieron el gratey en la banqueta del parque y montaron guardia en la galería de la casa de Abraham. Llegaron las chiviricas y los rasos…No habían pasado varios minutos cuando se levantaron de allí mas rápido que hormigas saliendo cuando pisan su panal…No hubo nadie que dejara de rascarse por todos lados y el bullicio y locura fue tal que algunos pensaron que se había formado una pequeña revuelta en aquel pueblo
del Cibao que tiene fama de revolucionario. Nuestra travesura fue el remedio perfecto y más efectivo. Mientras mis amigos se adobaban del triunfo de la misión, mi abuela tuvo su primera noche tranquila desde hacía meses, sin bullicios.
Quiero dejar como moraleja, que no nos llevemos de rumores para crearnos juicios de personas que no conocemos. Aunque en el caso de mi tía Viola su objetivo era aplacar todos los nietos de Doña Eva que eran terribles, hay otros casos de personas que quieren hacer daño creando falsos testimonios de alguien que no sabemos quiénes son y juzgamos sin medir consecuencias…Trabajemos eso en el alma y vivamos más pendientes a nosotros mismos, cultivando nuestro yo, nuestro corazón y mantenernos ocupados con pensamientos positivos en tiempos tan difíciles. Hasta una próxima entrega…Gracias por leerme y compartir. Gracias a mi periódico El Jaya por todo el apoyo a mi pasión de escribir.