Mario Vargas Llosa, peruano, con pasaporte español ha dado su versión sobre los nacionalismos de Catalunya y en el País Vasco de una manera muy particular afirmando que han llegado hasta donde han llegado:
«Porque los gobiernos españoles, de derecha o de izquierda, han mantenido ante el nacionalismo un extraño complejo de inferioridad. Los de derechas, para no ser acusados de franquistas y fascistas, y los de izquierda porque, en una de las retractaciones ideológicas más lastimosas de la vida moderna, han legitimado el nacionalismo como una fuerza progresista y democrática, con el que no han tenido el menor reparo en aliarse para compartir el poder aun a costa de concesiones irreparables.»
Vargas Llosa, uno de los más destacados escritores latinoamericanos de todos los tiempos, es un intelectual de gran visión, muchas veces con alcance universal, con una capacidad impresionante de analizar determinados problemas políticos y sociales, pero no por ello tiene la clave ni la explicación certera de todas las cosas. Es decir, no es como el Papa que cuando habla ¨Ex catedra¨ no puede equivocarse, pues es Dios quien está hablando en esos momentos.
Mario no es amigo de los nacionalismos, postura ideológica que hay que respetar, y que viene manifestándola siempre que le preguntan al respecto.
No olvidemos que el gran escritor peruano, con pasaporte español, le debe muchos favores políticos y de acogida a España y a sus gobiernos, tal como lo explicó en su discurso de recogida del Premio Nobel, tan justamente concedido, llegando a firmar que sin España él no hubiera podido lograr tan preciado galardón, y favores, con favores se pagan.
Para algunas personas, estas son las explicaciones resumidas, más certeras que se han dado sobre la historia de España de los últimos treinta años, y califican además, el nacionalismo, en el caso de Catalunya, de retrógrado, intransigente, que se basa en una narración mendaz de la Historia y se aferra a un pasado que ni siquiera existió. Son muchas afirmaciones y calificaciones perversas para una realidad que está presente y creciente, causada no sólo por el complejo de inferioridad tanto de los partidos de derechas como de izquierdas, o lo que se deduce de ello en el texto de Vargas Llosa, por falta de mano dura con los nacionalismos, sino, entre otras muchas razones, por la torpe política española, aún anclada en el Siglo XIX, frustrada y deprimida por la pérdida se su gran imperio, cuya ideología colonialista aún permanece, de manera inexplicable, en el presente Siglo XXI
El otro nacionalismo que nos queda y que no se menciona, es el español, que por antítesis del catalán, deducimos debe ser el avanzado, el transigente y el verídico.
La historia de España, como la de casi todas las naciones, está no sólo llena, sino plagada de mendacidades, pues los hechos se escriben siempre con las pagadas plumas de los vencedores. Ahí está el Cid, a caballo con su leyenda, convertido en un mito de guerrero nacional español cuando, a modo de ¨ condottiero ¨, también se aliaba con los árabes y luchaba contra los mismos cristianos.
O la Reina Isabel de Castilla y su manso amado Fernando de Aragón, que pasaron a la historia como Los Reyes Católicos, descritos en relatos y crónicas con olor a santidad, cuando la realidad de guerras, intrigas, traiciones, decapitaciones e infidelidades, es muy otra.
O la conquista de América presentada en los textos de historia con la misión de evangelizar y convertir al cristianismo a sus habitantes, ilustrados con un sacerdote que lleva un evangelio y una cruz en las manos, cuando la realidad ha sido más de saqueos de riquezas y de genocidios sobre poblaciones indígenas.
O la guerra de la independencia contra los franceses, tan heroicamente relatada por escritores, pero que omiten el papel de la ayuda militar de de los ingleses en la contienda, decisivo en ella, pues no debemos olvidar que fue Welington, el mismo general de Waterloo, quién los sacó por los Pirineos.
O la muy reciente decisión por parte de la Real Academia Española de calificar a Franco como persona ¨ autocrática ¨ y rechazar la de dictador, con el riesgo que así pueda pasar a las generaciones venideras cuando acudan al diccionario.
De la misma manera, se podrían citar centenares de casos históricos más, falseados, ocultados o pervertidos por intereses partidarios del momento, o de otras épocas posteriores.
El nacionalismo español ha sido miles veces más mendaz y perverso de lo que dicen que haya podido y pueda ser el catalán, Recordemos que no hace tanto tiempo, Franco se levantó sobre una República legalmente votada y constituida por voluntad popular, y en nombre de ese nacionalismo causó centenares de miles de muertos, heridos, exiliados, sin contar con millones de vidas destrozadas.
A esa ¨ gesta ¨ se le llamó eufóricamente Alzamiento Nacional, o Cruzada de Liberación Nacional, y a la que le siguió por casi cuatro décadas el Movimiento Nacional, que irónicamente no permitía moverse a sus opositores, bajo severas penas de prisión, o incluso el fusilamiento.
Ese nacionalismo, es el qué proclamaba como redención histórica el retorno de la España Imperial, recordemos aquellos carteles que decían ¨ Español, habla la lengua del imperio ¨, el mismo qué, militares con Franco a la cabeza, religiosos y funcionarios, levantaban el brazo derecho en el saludo al más puro estilo hitleriano, y el qué los clérigos bendecían y santiguaban los fusilamientos. Ese nacionalismo español hay que calificarlo de naZionalismo, con zeta mayúscula, y de intransigente a ultranza, pues intentó por todos los medios extinguir el nacionalismo catalán, sin afortunadamente lograrlo, como puede verse hoy en día.
Sobre las afirmaciones, tan osadas como subjetivas, de que el nacionalismo catalán está aferrado a un pasado que ni siquiera existe, es negar de un plumazo y con sólo una docena de palabras, la existencia de mil años de historia repleta de hechos reales, muy concretos y de gran significación política, social y económica no sólo para la propia Catalunya, sino para España.
Los condados catalanes se independizan de los reinos francos en el siglo IX., cuando España ni siquiera soñaba con existir, y permanecen ese estatus hasta 1164, fecha en que Cataluña se une a la corona aragonesa, aportando su primer rey de origen catalán y manteniendo siempre su propia identidad nacional. Es en 1469 que pasa a formar parte de España, no por consenso expreso del pueblo catalán, sino por unión dinástica mediante el matrimonio de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón.
No obstante, el espíritu nacionalista ha estado siempre vivo en el pueblo catalán y se expresa de manera patente en la guerra de independencia contra España, conocida como la de los Segadores, desde 1640 hasta 1652, que finaliza, sin lograrla, en la Paz de los Pirineos.
En 1701 lleva a cabo otra guerra contra España, la de Sucesión, hasta 1714, habiéndose proclamado el Estado Catalán poco antes de finalizarla, por Pau Clarís, cuando Barcelona capitula ante tropas españolas y francesas, muy superiores. Felipe V, en represalia, suprime por el decreto de Nueva Planta, los fueros, la lengua y el Estado Catalán.
Pero los hechos no quedan en esa fecha en la que el próximo año se cumplirán trescientos años. En 1873 durante el gobierno de la primera república presidido por Estanislao Figueras, se proclamó de forma unilateral el Estado Catalán, que fue aplastado a los dos días siguientes. El 1931, Francesc Maciá proclama la República Federal Catalana, que tuvo que ser transformada rápidamente por el gobierno en la Generalitat de Catalunya, y en 1934 se proclama, nuevamente sin éxito, el Estado Catalán por Lluis Companys, Presidente de la Generalitat, quién acabaría siendo fusilado por Franco, con la colaboración de la Gestapo alemana que lo capturó en Francia y lo envió al dictador.
Como se podrá ver, hay un empecinamiento en ser catalán y no español a través de la historia, y eso no puede negarse de ninguna manera. Por otro lado, la independencia de Catalunya no es un capricho de unos políticos revoltosos con mentalidades pueblerinas que quieren pescar en río revuelto, aunque, sin duda, algunos habrán, pues la política es la política, o tapar sus fallas de gobierno, como afirman quienes se oponen a ella, pues constituye un sentir profundo, una llama milenaria, que lejos de pagarse se mantiene y se inflama a través de los siglos.
Ahora, por la miopía tradicional de la política española y sobre todo los errores del Partido Popular, tanto en la Oposición como en su Gobierno actual, ese sentimiento se pone más que nunca de relieve, y se expresa cada año en las celebraciones del Día Nacional de Catalunya, conocido como La Diada, tal como sucedió en al última del pasado 11 de Septiembre, cuando más de un millón y medio de personas se volcaron en las calles, caminos y carreteras, portando centenares de miles de banderas catalanas y repitiendo una y otra vez el grito de independencia, logrando una impresionante cadena humana de manos unidas, de 400 kilómetros de longitud, para mostrar al mundo su deseo de vivir en plena libertad y soberanía.
Es posible que el nacionalismo catalán tenga algo o mucho de intransigente, ¿qué ideología política o religiosa no lo tienen? Pero, por lo menos los independentistas catalanes quieren hacer una consulta popular sobre el futuro soberano de Catalunya, para saber lo que su población, de manera democrática, pacífica y en las urnas, opina al respecto. Si el referéndum dice en mayoría ¨ No ¨ entonces seguiremos como hasta ahora, por el momento, y si en mayoría dice ¨ Sí ¨ entonces se llevará a cabo la independencia porque la voluntad de una nación – y Cataluña los es – no se puede desconocer por más que se recurra al argumento de cumplir una Constitución española atrasada y hermética.
El Gobierno Central, al negar esta legítima consulta, denunciándola en el Tribunal Constitucional, o tratar de inhibirla a través de las amenaza, ya con la expulsión de la Unión Europea, o a través de militares, solapadas o expresas, de enviar los tanques en caso de proclamar una independencia unilateral de Catalunya, expresa una postura del nacionalismo español que sí se la puede llamar intransigente, o mejor denominarla, ultra intransigente. En ese sentido, España tiene mucho que aprender de Gran Bretaña, quien ha pactado un referéndum con los escoceses para saber lo que opinan sobre la independencia de su país. Pero los países obcecados, anclados en el fondo de su historia pasada, difícilmente aprenden.