Yo no sé bien si la lectura virtual de manera muy general y con los llamados ebook que permiten hacerla con los libros electrónicos en específico va en avance como entiende que así es mi gran amigo y tremendo poetazo Juan Freddy Armando, un hombre-libro y libre, un ¨lletraferit¨ que en catalán literalmente traducido sería un ¨herido por las letras¨ y que así denominan a los adictos a los libros, a la lectura, ha sido nada menos que Director de la Biblioteca Nacional, preocupado siempre de que la gente lea, lo que pueda, desde obras sesudas, literatura clásica y moderna, novelas de todas clases aunque sean de aquellas de antaño y del oeste de Marcial Lafuente Estefanía, diarios, revistas y hasta catálogos comerciales si están a mano, el caso es que se lea, lea, y lea, porque leer es saber y saber es ser crecer y ser mayor y mejor persona.
Es muy posible que esa percepción de Juan Freddy sea una realidad y ello sería una muy buena y necesitada bocanada de oxígeno para la cultura actual y futura próxima. Un estudio serio, neutral, sin tintes políticos, bien completo y hasta con una cierta continuidad como ya hemos propuesto en anteriores escritos nos daría pautas para trazar una estrategia de lectura más certera que la actual, si es que la hay.
Este gobierno que se precia de ser progresista y cambiador de todo debería dedicar una docena de millones de pesos, una ¨chilata¨ presupuestal, para estos fines investigativos que aportarían numerosos beneficios intelectuales a niveles extensivos, y así mismo económicos pues la industria editorial se robustecería en gran manera.
Desde este modesto escrito, Juan Freddy a quien desde aquí le pido permiso para usar su nombre porque sé que como hombre ilustrado me lo concederá, y yo que soy un aventajado candidato al Premio Nobel de la literatura Mordaz y Relajada, lanzamos desde a través de esta modesta tribuna y a manera de caballeros medievales un guante de acero retador. A ver si algún valiente de la cultura oficial lo recoge y se lleva a cabo tan interesante propuesta. Amen. Así sea.
Ahora bien, la lectura todavía actual y que aún podríamos llamarla clásica y que ya es casi ¨de la de antes¨, o sea, la del libro impreso, el de pasar y pisar páginas con los dedos, el del olor tinta reciente tan reconfortante y prometedora que debería elaborarse como perfume de caras y solapas, parece ir en franca decadencia.
Un hecho relatado por la escritora catalana Anna carreras Aubet en el muy serio periódico El Punt Avui parece confirmarlo. Atiendan porque de no ser verdad parecería uno de mis temas de ficción ecalifragisticadisparatosa.
En España hay librerías importantes y franquicias que publican anuncios como este: ¨Se buscan dieciocho personas de 25 a 50 años para asistir a la presentación de un libro durante dos horas¨. Por favor no se asombren mucho porque aún queda más y mejor, el aviso de marras continua así ¨algunas de las personas hablarán en el coloquio haciendo cuatro preguntas al autor¨ y como delicioso postre del asunto a cada participante se le ofrecen 20 euros (unos 1.200 pesos) y 12 euros más (700 pesos) para comprar el libro presentado ¿delirante verdad? Pues sepan que para ponerle las tapa al pomo ese dinero lo pone ¡el autor! ¡sí! ¡el autor! Repito que si no fuera por la reconocida fiabilidad del periódico y de la autora de la noticia sería difícil de creer.
Claro que yo tengo una experiencia que parece justificar la aparición de anuncios como el descrito. Una vez tuve la ocasión de presentar un libro muy interesante de un español que había residido por largo tiempo en varias ciudades de América Latina, trataba sobre cuentos nativos y en el que uno de ellos, muy interesante por cierto, sucede en nuestro país.
El acto fue en el Centro Cultual Español, se seleccionó un día adecuado, a una hora de la tarde adecuada, y se difundió de manera bastante prolija en diversos medios de la capital, prensa, televisión y radio.
Llegada la hora convenida, la media hora después, la hora siguiente y la hora y media más tarde, la presentación se tuvo que suspender porque no asistió ni una sola persona. Ni el famoso Checheré, ni los profesionales del lambe de aperitivos que asisten a estos actos para ahorrarse la cena y salir con la nariz aún más enrojecida que cuando entraron.
El escritor, bastante acostumbrado a estos plantones culturales en plazas criollas como la nuestra no le dio excesiva importancia y tanto él como los pocos amigos que le acompañábamos fuimos los acabadores de la picadera la cual era abundante y sabrosa.
No es de extrañar que en veinte o treinta años los que quieran ver un libro ¨de verdad¨ de tinta y papel tengan que ir al Museo de Cosas Obsoletas a observar el último ejemplar publicado y de paso admirar las magníficas telarañas de su alrededor. Por favor, leamos, leamos, leamos, leamos, leamos… así hasta el infinito.