Cuando los obispos dominicanos nos convocaron, a través de la Carta Pastoral del 21 de enero de 2021, a celebrar el Año Jubilar Altagraciano con ocasión de los 100 años de Coronación Canónica del Cuadro de la Virgen de la Altagracia acaecido el 15 de agosto de 1922 en la Puerta de la Misericordia, exactamente en la misma plaza donde se escuchó el trabucazo de Independencia en el 1844, sabíamos que se trataría de un año de grandes bendiciones y buenos augurios para la República Dominicana, tal cual ocurrió 100 años atrás cuando se llevó a cabo la coronación por manos del Delegado Extraordinario de Su Santidad Ambrogio Damiano Achille Ratti, Papa Pío XI, Mons. Sebastián Leite de Vasconcelos, Arzobispo de Damieta.
En esta ocasión, Su Santidad Mario Bergoglio, Papa Francisco, delegó a Monseñor Edgar Peña Parra, Sustituto para Asuntos Generales de la Secretaría de Estado, quien tuvo a cargo presidir todos los actos conmemorativos al centenario. Mons. Peña Parra estuvo genial. Sintonizó con la devoción, el evento y aquel mar de gente, en un ambiente cargado solemnidad, espiritualidad y alegría desbordante.
Del mismo modo que, el lunes 15 de agosto del 1922 la participación de los fieles, en la coronación fue apoteósica, el lunes 15 de agosto del 2022, se repitió la misma historia en el mismo día: fieles llegados de todo el país, de todas las diócesis y de todas las parroquias se congregaron, esta vez, en la Puerta del Conde y marcharon hasta el Estadio Olímpico, para dar cumplimiento a la convocatoria que les había hecho la Virgen de La Altagracia: no importó que fuera lunes, día laboral, que un número significativo de participantes se vieran en la necesidad de pedir permisos en los lugares de trabajos; tampoco importó el sol, la distancia o si había que llegar en vehículo o caminando: todos peregrinaron para honrar a la Virgen de Higüey, que salió de su Basílica a encontrar un pueblo que la aclama y espera su intercesión.
Las conmovedoras imágenes de personas emocionadas llorando, con manos levantadas, cantos y oraciones; la presencia de todos los obispos y sacerdotes nacionales y los llegados de otras latitudes, son una muestra fehaciente del rol que juega la Virgen de la Altagracia en la cultura, la fe y las costumbres de las familias dominicanas.
Altagracia y María son dos de los nombres más utilizados en el país. Muchas empresas espontáneamente dieron permiso oficial para que sus colaboradores participaran en la celebración. La Basílica de Higüey es el lugar más visitado, por nativos y extranjeros, en el país. La devoción ya está presente y se celebra prácticamente en todos los países donde han emigrado quisqueyanos: el dominicano nunca olvida llevar consigo su bandera ni la imagen de la Virgen de la Altagracia. Todos estos detalles, son milagros que se suman a los que ocurren diariamente frente al Cuadro coronado y demuestran que “tatica” es “un regalo de Dios al pueblo dominicano”, quien tiene el más alto nivel de aceptación y convocatoria en cualquier ámbito de nuestra sociedad.
Queda en nuestro imaginario qué hubiese sucedido si una celebración de esta naturaleza, se hubiese realizado en un día no laborable: ¡Una verdadera locura! ¡Que viva la Virgen de La Altagracia, líder indiscutible de todo el pueblo dominicano!