Y al final entendí
que nada me pertenece,
ni los que trajeron a mis padres,
ni mis padres,
ni mi esposa,
ni mis hijos
ni mis nietos,
ni mis amigos,
ni la casa que con tanto sacrificio logre,
ni las obras de arte que cuelgan en la sala
ni las flores del jardín,
ni los libros que escribí,
ni los ahorros de mi alcancía
ni los zapatos Oscar de la Renta que tanto me gustan,
ni el traje más caro que me compre,
ni el carro,
ni los relojes,
ni el anillo que tanto cuido,
ni el aire que respiro,
ni mi cuerpo,
nada, nada, nada
nada me pertenece,
solo tuve la oportunidad de administrarlos.
Y aprendí
que la mejor propiedad de los hombres
es no apegarse a nada,
que la razón verdadera
es el amor
y lo único intransferible
la muerte.