Todos sabemos que Jesús vino en la Navidad para salvarnos, pero también hemos de tener la convicción de que vino además para abrir las compuertas del cielo, de manera que brotara el río de su gracia con una fuerza nueva y poderosa.
El Adviento, es para dar gracias a Jesús por haber venido al mundo como un bebé humilde e indefenso y para pedirle que regrese nuevamente en gloria.
Al comenzar el Adviento, seamos como la samaritana y pidámosle a Jesús que nos dé a beber del agua de la vida. Hagamos un examen de conciencia y reconciliémonos con Dios para que no haya ningún obstáculo que interrumpa la corriente de la gracia de dios en nuestro ser.
En la fiesta de los tabernáculos, el Señor prometió que este río fluiría para todos los que se acogieran a su protección. Reclamémosle, pues, su promesa y acudamos a su lado dispuestos a recibir la vida que nos ofrece.
“Jesús, señor mío, te damos gracias por venir al mundo; te damos gracias por morir en la cruz y por enviar al Espíritu Santo a darnos el agua de la vida. Te pedimos que regreses nuevamente hoy, te rendimos honor y gloria a este Adviento y te pedimos que derrames tu agua viva sobre toda la Iglesia, sobre nuestras familias y sobre cada uno de nosotros y nosotras. Que tu agua viva nos inunde y fluya desde nuestro ser hacia nuestros semejantes”.
El espíritu de la Navidad
La navidad hace presente el misterio de la encarnación de cada corazón, en cada gesto fraterno, en cada actitud. Un pobre carpintero, una muchacha pueblerina y un niño frágil, son el misterio que se nos invita a contemplar. Y en la contemplación del Dios con nosotros, va naciendo la novedad de la salvación y se manifiesta la vida. En un humilde pesebre ha nacido un niño. Ha nacido para nosotros, para darnos vida. Es Jesús, el salvador. En él, Dios se encuentra con la humanidad y hace posible que broten de nosotros nuestros dinamismo dormido y caigan los miedos, las dudas, las infidelidades…
Por eso la navidad, celebrada en esta época del año se hace permanente si acogemos con alegría la vida que transforma el mundo; si hacemos de esa gran noticia un motivo de amor y esperanza. Nacer pues, es radicalmente significativo para nosotros.
Dios sigue naciendo hoy. Ninguna forma de egoísmo o injusticia puede destruir los valores más profundos; ni puede impedir que vayamos gestando cada vez más el hombre y la mujer nuevos: Signos de la humanidad nueva.
Es que en Jesús, Dios se ha hecho pobre, se ha hecho pueblo. La navidad no encubre nuestras diferencias no ahonda ese abismo que separa, de manera escandalosa, la abundancia de pocos frente a la carencia de muchos. Para celebrar y vivir el espíritu de la navidad, hay que ser capaces de creer y comprometerse en el proyecto de Dios que anunció e instauró el nacimiento de Jesús. Un proyecto que se realiza confinando más en la debilidad de un niño que trae la paz, que en la fuerza de los poderosos; sintiendo más alegría en compartir que en las apetencias de consumir.
Que esta fiesta sea para nosotros una auténtica navidad, un verdadero nacimiento de la vida, para que seamos capaces de engendrar en nosotros la verdad que nos hace cercanos, fraternos, solidarios, sabios y prudentes pudiendo decir confiado o confiada: el Señor es mi fuerza, mi roca y salvación.
La autora es Maestra de la Universidad Católica Nordestana (UCNE).