“No se aprecia el valor del agua hasta que se seca el pozo”, reza el proverbio inglés, que claramente se expresa por sí mismo. Hoy con la escasez que amenaza a 1 de cada 3 personas en el mundo; que sufrimos limitaciones serias en cuanto al acceso, porque, el agua es recurso natural, “valioso, pero mal distribuido y su disponibilidad no coincide con la distribución de las poblaciones humanas”.
Las estadísticas del agua para uso en centros de salud son aún más preocupantes. La problemática se amplificó, entre otros factores, por los dislates cometidos por la mano humana, y desde hace años, por las inclemencias del cambio climático, que se presume empeorara la situación que vivimos actualmente. Asimismo, por el mal uso en el suelo y el aumento en la demanda para la agricultura y la minería.
Por eso, si queremos continuar disfrutando de este recurso vital para la vida humana, animal y vegetal del planeta, debemos cambiar hábitos de consumo. Los Estados deben si no las tienen votar normas modernas, firmes, transformadoras. Políticas públicas, acciones rápidas, oportunas, sistemáticas, sostenibles; castigos drásticos para quienes violenten las leyes, mientras continúan propiciando la conservación y acceso.
¡Si queremos agua dulce, es necesario parirla! Sembrar árboles en todos nuestros campos y zonas urbanas, de forma permanente, ya sean, frutales u ornamentales. Destruir nuestra capa boscosa no es la opción, es un crimen. Parece que la población a nivel mundial no acaba de entender, la importancia que reviste para la humanidad, para la vida, este preciado líquido.
“El agua ya está generando conflictos bélicos en lugares como Oriente Próximo y Medio, Jordania, Líbano e Israel. También hay problemas con el agua en lugares como la cabecera del Nilo y en ciudades como Los Ángeles, donde millones de personas dilapidan el agua mientras viven en un desierto”, así lo afirma el proyecto OpenMind, organización que contribuye a la generación y difusión de conocimiento. Siempre escuchamos decir que: “la próxima guerra no será por petróleo, oro o diamantes…”. ¡Se cumplió el augurio!
El derecho al agua, un derecho humano, previsto en nuestra Carta Magna, también fue reconocido por la Asamblea General de las Naciones Unidas, mediante la Resolución 64-292: “el agua potable limpia y el saneamiento son esenciales para la realización de todos los derechos humanos”. Por eso, los Estados deben hacer esfuerzos para suministrar a la población, agua potable, y saneamiento; saludable, limpia y accesible. Pero las personas deben cumplir sus compromisos cívicos.
El Comité de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, certifica que cada persona tiene derecho a disponer de agua suficiente, saludable, aceptable, físicamente accesible y asequible para su uso personal: «El derecho humano al agua es indispensable para una vida humana digna». Los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM), reconocen el derecho humano al agua como plataforma para estimular a la comunidad internacional y a los gobiernos a redoblar esfuerzos para satisfacer las necesidades humanas.
Padecemos la sequía y con ella la reducción de este importante recurso natural, que parece ser, olvidamos que es finito. Impotencia, desazón por la realidad existente en cuanto al tema, y las radicales consecuencias que soportamos por su desprotección. La problemática se acrecienta con la continua pérdida de agua dulce, debido a la desaparición de nuestros ríos, lagos, lagunas, humedales…, gracias a la explotación forestal que hace el ser humano, para uso doméstico e industrial.
Si, por la mano grosera del talador, del criminal forestal, y la falta de personas que amen, siembren y labren la tierra, nos estamos quedando sin el agua: líquido esencial para la vida humana, en eso, debemos redundar. Es preciso racionar su uso.
¿Olvidamos que el derecho al agua, incluso, es derecho a dignidad?. “El agua es un bien natural que permite el desarrollo de la sociedad, la justicia social y contrarresta la pobreza”. Conciencia, amables amigos, amigas; es obligatorio que hagamos nuestros aportes.