Ya estamos otra vez con la vaina del problema de Haití, la centésima, la milésima o la millonésima y las que faltan aún por padecer y enfrentar. Haití se ha convertido en un forúnculo mal curado para la República Dominicana que de tanto en tanto vuelve a supurar abriendo la herida e infectando el ambiente. Ahora toca, de nuevo, soportar otra más que ya es hasta vieja y se repite como el pepino comido en exceso, y es el canal haitiano del atosigado y novelado Masacre como protagonista.
En solo unos años ha habido muchas vainas con los huevos, los pollos, los plásticos, los cerdos y la madre de los tomates que se han quedado sin visas para entrar en el país vecino durante épocas. Cualquier cosa, cualquier chispa sirve para enfadarse entre el paisanaje de aquí y de allí. La República Dominicana se ha puesto en situación de gallo de pelea mostrando sus espuelas. Se cierra la frontera, se para el comercio, no más habichuelas, no más huevos, no más espaguetis, no más chancletas, no más ollas, y no más de nada… por un tiempo.
Se lanzan arengas patrióticas que suenan a fanfarrias presidenciales e incluso a veladas amenazas militares: En los noticieros españoles se hacen eco del asunto y muestran imágenes de soldados con armas largas, suenan tambores de guerra, cualquier espectador diría que se está calentando el fogón del enfrentamiento bélico, que de seguro no llegará, no pasará de una prueba más de gallos en la traba. Tranquilidad pues en la gallera nacional. El asunto, no obstante es delicado, el agua es escasa ya y cada vez más necesaria, ahí está el señor cambio climático fuñendo la paciencia y los agricultores de cosechas sedientas que la necesitan urgente de un lado y de otro.
La razón parece estar en la parte dominicana, abrir un canal de manera unilateral y sin consultar al vecino no es lo correcto, debe haber consenso pero ya se sabe cómo son los vecinos mal avenidos nunca se ponen de acuerdo, y como dice el dicho bien dicho ni lavan ni prestan la batea. Ahora se aduce como otra justificación más que la culpa es de unos señores con muchos cuartos que están financiando las obras, pero en cualquier país normal se necesita el permiso oficial para hacer algo de tanta importancia ecológica, social y económica, el canal reducirá la cantidad de agua del Masacre perjudicando sin duda a la República Dominicana.
Sí, se necesita el permiso estatal en cualquier país normal, pero Haití es ahora un territorio peor que el salvaje oeste bajo el imperio de bandas bien armadas que aterrorizan y asesinan a sus ciudadanos y hacen temblar al gobierno, si es que a ese mayúsculo toyo político puede llamarse gobierno. Si se internacionaliza el cotarro del Masacre lo más probable que nosotros seamos los más perjudicados como de costumbre, entre otras cosas porque siempre llegamos tarde a las campañas difamatorias. Y todos tenemos nuestra razón, verdadera o falsa, nosotros somos los históricamente agredidos y por lo tanto siempre debemos estar en guardia, y ellos nos ven como los rebeldes irredentos porque en su ADN la isla enterita e indivisible es suya.
Además somos los malos que maltratamos a los haitianos. Somos los que los esclavizamos. Somos los malos que los deportamos porque son ilegales. Somos los malos que sacamos a las parturientas haitianas y a sus hijos recién paridos de las camas de los hospitales y los echamos a las calles. Sí, somos los malos de la película que los despedazamos y nos los comemos hechos chicharrones de Villa Mella. Mentiras podridas. Mentiras podridas y Mentiras podridas. Y los de fuera se lo creen porque los convertidos en víctimas siempre dan pena ¡Pobrecitos! o porque los engañan los medios en la distancia, o porque conviene a países que quieren la fusión de ambos huéspedes de la isla. Sí, somos malos, pero los haitianos parecen tener el fondo masoquista que produce la necesidad porque siguen emigrando por cientos de miles. Muy mal deben estar en su país cuando prefieren vender cuatro aguacates en nuestras calles y avenidas o a hacer trabajos penosos.
Hay haitianos en los andamios, abriendo y cerrando zanjas, en los carritos de frutas, en los campos, en los carritos de helados, en el servicio doméstico, en las cocinas de los restaurantes, en los cruces de peatones vestidos casi de payasos vendiendo agua y jugos, en los guachimanes, en los deliverys, en las playas y resorts y hasta en la sopa, el arroz y el sancocho. Y no se van, claro que no se van. Los deportan y vuelven y vuelven como el lema aquel de Balaguer pasando una frontera con más agujeros que un panty viejo de señora, o un queso de Gruyere. No servirá la raquítica valla que están levantando, ni valen los patrullajes militares ni los puestos de control mientras sean productores maquinas tragaperras. El hambre y el sobrevivir son poderosos motores de activación
¿Quién quiere vivir donde no hay presente, ni futuro, ni tampoco pasado porque muchos de sus ciudadanos no saben de quién ni de dónde descienden y no tienen ni siquiera documentos que les acrediten como personas vivas. Yo también me marcharía, saltaría la valla con una garrocha, buscaría pasos inextricables, haría un túnel de escape a lo coyote mexicano, sobornaría a titirimundachi, pero me iría como lo hacen tantos de ellos. También es cierto que aquí hay abusos -y muchos con los haitianos- pero si se abusa de los dominicanos en los sueldos, las pensiones, la medicina, la educación y en tantas otras áreas sociales cómo no va a suceder con ellos que son los más vulnerables. Que no suene a excusa. Es una realidad.
También hay que decir que estos conflictos con Haití tienen su lado conveniente. Inflan el patriotismo y el patrioterismo del pueblo llano y que a tantos sectores políticos les convienen. Desvían y disminuyen verguenzas y escándalos importantes como el gravísimo asunto de los libros como si estuvieran escritos por analfabetos pero que aquí no pasa de ser una pifia más. Y también hacerse el héroe da un buen serón repleto de votos, no olvidemos que las lecciones están casi a la vuelta de la esquina. El Masacre, ese que dice Freddy Prestol Castillo que se pasa a pie no vale una masacre de personas ni dominicanas ni haitianas. Ni de una sola. Y tal vez debemos retomar la idea-broma del genial Colombo: hacer otro canal más arriba del que se está abriendo en el lado haitiano. A ver qué pasa.