(Roman Lejtman, enviado especial a Jerusalén, Israel) La soledad y el silencio dominan al Muro de los Lamentos, la iglesia del Santo Sepulcro y la mezquita de Al Aqsa, los tres iconos religiosos que representan a la historia milenaria de Jerusalén. En esta ciudad amurallada se aguarda la batalla de Israel contra Hamas, y los turistas optaron por huir hacia Europa para evitar que una esquirla del inminente combate tuerza sus vidas para siempre.
Durante todo el sábado, Jerusalén exhibió escasa presencia del ejército y de la policía civil. Apenas dos patrullas apostadas camino al Muro de los Lamentos y en la calle principal del Barrio Árabe, que aparecía somnoliento con sus locales vacíos y sus empleados jugando a las cartas.
El premier israelí Benjamin Netanyahu espera que un millón de palestinos se mueva al sur de la Franja de Gaza antes de ordenar el desembarco en la base de operaciones de Hamas. Las Naciones Unidas están a cargo de ese complejo movimiento de evacuación que es consecuencia directa de la masacre que la organización terrorista ejecutó hace una semana. Si Hamas no hubiera atacado Israel, no habría sido necesario montar una evacuación humanitaria en 72 horas.
Gaza tiene 41 kilómetros de largo, y la operación de asalto diseñada por el gabinete militar avanzaría -al principio- sobre el norte de la Franja para evitar que la guerra afecte aún más a los civiles palestinos que ya están a merced de Hamas y su perspectiva fundamentalista de la vida y la muerte.