Si, ahora soy uno de esos marginados sociales que vive de poner la mano extendida sentado o tumbado dando pena en una calle transitada y recoge lo que más o menos generosamente la gente puede dejar caer en ella, las más de las veces unas pocas monedas sobrantes y raramente algún billete. Eso sí, sin nunca tocar ninguno de mis dedos no vaya a ser que puedan contagiarse con alguna enfermedad propia que los limosneros solemos padecer como la tisis causada por el hambre permanente que sufrimos o algún herpes debido a la suciedad corporal que nos caracteriza.
Tengo una edad mediana que frisa los cuarenta años y llevo tres en esta profesión del pedir que para muchos es indigna, la más baja en la escala social, pero en mi caso particular dignísima porque aunque a muchos les parezca raro es la que me ha reivindicado en la vida como la persona que realmente soy.
No obstante mi miserable condición provengo de una familia de la llamada clase media donde si en nuestra casa no habían lujos tampoco faltaban el pan y las papas diarias en la mesa, mis padres haciendo de muchos esfuerzos tripas y de muchas privaciones corazón pudieron costearme una carrera.
Soy administrador de empresas y aun no siendo una lumbrera en esa profesión llegué a ocupar un cargo de ejecutivo medio en una compañía productora y envasadora de vinos, donde para ahorrar los altos costos que suponía contratar un buen enólogo me asignaron el puesto de la cata y clasificación de los mismos.
Siempre me había gustado el vino, sabía algo sobre el mismo, conocía sus cinco cualidades principales: el cuerpo, el dulzor, los taninos, la acidez y la graduación, pero no había abusado de él en exceso, había cogido, eso sí, algunas borracheras en las parrandas con amigos como cosas de juventud pero poco más.
Craso error de la compañía habían puesto un gato al frente de una pescadería abundante en muchos pescados finos, meros, carites, chillos, merluzas, calamares y otras especies comestibles de gran demanda. Al poco de ejercer como catador el gato Baco dormido que llevaba dentro despertó con un hambre atrasada de décadas y me convertí en un alcohólico que amenazaba con beberse toda la pescadería incluyendo además los mariscos más refinados.
Como era de esperar, al descubrir la merma de los caldos y sobre todo de los mejores y más costosos me pusieron de patitas en la calle como se suele decir, y durante un tiempo vagué desesperado y hasta enfermo. Ninguna empresa me aceptaba, mi fuerte aliento a alcohol, mi nariz roja pimiento morrón, mi aspecto desaliñado a lo Charlot eran mi currículo de rechazo inmediato.
Mis padres después de tantos sacrificios hechos a mi favor para convertirme en un hombre de provecho me habían abandonado por vicioso incorregible, mis amigos luego de numerosas ayudas en dinero y consejos que acababan en botellas de contenido barato vacías acabaron por cerrarme sus puertas.
Pero cuando todo pintaba más negro que la piel de un toro de lidia, cuando desde el abismo profundo se veía hasta el rojo infierno, para mi ventura descubrí la carrera para la cual había nacido: la de pedigüeño. Sí, pedigüeño, vagabundo, limosnero, mendigo, zampalimosnas, pidentero, pordiosero, pobre, miserable, indigente o como quieran llamarlo pues en el fondo y en la superficie todos esos nombres nacen de la necesidad, de la frustración, de la marginalidad, y de la indiferencia del hombre para el hombre.
Un día ferozmente nublado tropecé con un mendigo que conocía desde mis tiempos anteriores por haberle dado numerosas limosnas, nos saludamos y al ver mi aspecto al cabo de unos segundos con el ojo clínico que otorga la miseria me dijo: bienvenido al club de la mano extendida, pero por lo que veo no te va muy bien, no has logrado la profesionalidad necesaria para triunfar en estos menesteres.
Al ver mi cara de extrañeza continuó: Mira, yo llevo mucho tiempo pidiendo y me considero todo un experto en estas difíciles y competidas lides donde hace falta saber muchos y curiosos trucos para que la gente suelte el óbolo que uno necesita para subsistir, y aunque no lo creas y gano mucho, pero mucho más que cualquier trabajador y …sin trabajar. Las personas en su mayoría, tienen remordimientos de comportamientos acumulados en su mente, traiciones, robos, intrigas, pecados capitales y necesitan expiarlos de una u otra forma.
Algunos se confiesan para volver al poco a lo mismo y otros prefieren darnos limosnas como si se tratara de aquellas bulas medievales de la Iglesia que se pagaba por perdonar los pecados. También los hay, y muchos, de buen corazón que ayudan al prójimo desvalido como nosotros con lo que pueden. Durante varios días estuvo aconsejándome e incluso me tuvo a su lado para que observara en tiempo real cómo era el oficio del menesteroso. Y puede constatar lo que me dijo sobre los beneficios. Comíamos y cenábamos los dos el plato del día en restaurantes normales y hasta de cierto postín a pesar de nuestras indumentarias porque el dinero santifica y abre puertas, manteles y platos, por las noches, muchas de ellas nos permitíamos darnos además buenas libaciones y trasiegos de vinos, cervezas y hasta whisky, ginebra o vodka los días más generosos.
Esa vida me gustó, es más, me fascinó, descubrí que era más apto de lo necesario para ser un limosnero corriente, mi carrera universitaria me daba en esta nueva etapa numerosas ventajas. Había cursado las materias de economía, psicología, sociología y en especial administración de recursos.
Aprendí, practiqué y perfeccioné los principales aspectos psicológicos del asunto, los momentos más vulnerables, las horas más propicias, los días y meses más generosos, la potencialidad y la obsolescencia de los lugares escogidos, y sobre todo el arte de la limosna porque eso de pedir tiene mucho de especial y hasta secreto, eso lo supieron los maestros Miguel Ángel y Leonardo da Vinci, no les era suficiente pintar, había que darle vida a los retratos como también no es suficiente con alargar la mano y decir eso tan manido de ¨Una limosna por el amor de Dios¨, o poner carteles mal pintados con leyendas de ¨Soy pobre, socórrame¨, ¨Tengo hambre ¨, ¨Estoy sin trabajo, ayúdeme¨, ¨Tengo cinco hijos que no pueden comer¨ o el tener perros y gatos amaestrados como esclavos para estar totalmente quietos todo el día junto al limosnero y aumentar así los niveles de impacto y pena entre los viandantes.
Todos esos métodos han sido explotados hasta la saciedad en las grandes ciudades y han perdido gran parte de su eficacia. Se ha llegado incluso la más cruda y abyecta trata de mendigos, en Europa entre los países del Este más pobres, desalmados, bandidos, criminales, reclutaban docenas de mendigos, preferiblemente tullidos y los llevaban en guaguas a las grandes capitales, París, Roma, Barcelona, Madrid.
Allí los distribuían por barrios y los dejaban al sol, lluvia y sereno con una botella de agua y un pedazo de pan hasta la tardecita o noche cuando los recogían, se quedaban con las limosnas recibidas o les daban una mínima parte, una magra cena, dormían en algún abandonado y sucio galpón y hasta mañana que será otro día para limosnear. Cuando el mendigo se ¨quemaba¨ por estar mucho tiempo en un lugar y sus ingresos disminuían lo trasladaban a otro más rentable.
Con las crisis mundiales, las grandes migraciones y lo rentable que fue el negocio de pedir en los comienzos de este oficio, la oferta de pobres se ha saturado, y los donantes están cada vez más escamados y menos dadivosos.
Pero a mí me va bien, diríamos que excelente, porque he descubierto a través de los métodos científicos de la hipnosis un poderoso elemento diferencial en la forma de pedir, una clave más eficiente que la voz gangosa y vacilante, más que el aspecto miserable de la ropa raída a muerte o remendada, más que ninguna otro argumento para propiciar la mendicidad y esta clave es la mirada, muchos mendigos lo hacen con pena o bajan la vista de manera sumisa para aumentar la tristeza.
Yo hago lo contario, les miro a los ojos de manera fija, provocadora, mareante, que taladra las pupilas como una barrena, entra por el iris y llega hasta el cerebro donde hace su trabajo de persuasión. Les pregunta por qué la naturaleza ha trabajado mejor en ellos que en mí, por qué el destino me escogió a mí y no a ellos y me hizo una tan mala jugada, por qué yo un profesional por falencias que no puedo controlar he acabado tirado en la calle como un can realengo y pulgoso sin protección social alguna y así muchos otros por qué difíciles o imposibles de responder. Iodo el proceso dura apenas unos muy cortos segundos pero impacta con frecuencia en algún área de deficiencia anímica, física o espiritual que los conecta al instante conmigo, con mis similares padecimientos y les remuerde de una manera bestial la conciencia y remueve sus sentimientos de solidaridad.
Este impacto psicológico acaba en numerosas ocasiones abriendo generosamente los bolsillos de las personas miradas ya sean hombres o mujeres, y de paso mejorando el nivel de los míos. Pero ahora la cosa ha cambiado, por los altos ingresos que recibo solo trabajo por las mañas de nueve a una, después como opíparamente, me echo una buena siesta de tres o cuatro horas, me levanto y me junto con otros indigentes que por mi progreso me tienen sumo respeto y hasta admiración, y después siguiendo mis instintos primarios degusto vinos de rancia solera o licores finos al por mayor o al detalle según estén los ánimos.
Ceno poco porque ya se sabe que el beber y el comer son inversamente proporcionales. Ahora doy todo un profesional del pedir… y del beber, si vivo poco o mucho me tiene sin cuidado, pues lo importante es hacerlo de forma intensa y placentera y por suerte tengo un hígado a prueba de hierro. Sí, me metí a limosnero y no me arrepiento.