Quiero compartir con ustedes algunas enseñanzas, en relación al uso de las finanzas y la mayordomía cristiana.
El objetivo de esta reflexión es reconocer la responsabilidad que Dios nos ha delegado a los administradores de sus abundantes riquezas, así como adquirir sabiduría y entendimiento bíblico de la prosperidad.
Además poder lograr un mejor uso de nuestras posesiones, sobre la base de una evaluación correcta de las cosas que poseemos, restableciendo prioridades con relación a ellas.
Considerando siempre nuestras posesiones como un regalo de parte de Dios, porque esto nos llevará a brindar siempre un buen servicio.
La palabra del Todopoderoso dice “Honra a Jehová con tus bienes, y con las primicias de todos tus frutos; y serán llenos tus graneros con abundancia”. Proverbios 3:9,10.
Jesús fue claro respecto a lo que debe ser el centro de interés en la vida de los seguidores de Cristo: «Donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón» (Mateo 6:21).
Recordemos lo que nos dice su palabra después del Pentecostés cuando se notó un gran cambio en la actitud de los creyentes acerca de sus posesiones. A partir de ese momento hubo una gran manifestación de amor hacia los pobres y necesitados.
Todas las fuerzas, la inteligencia, los talentos, habilidades personales y la capacidad de adquirir posesiones materiales, han sido dadas como un regalo de Dios.
En lo que concierne a mí, como discípulo de Dios, tengo la responsabilidad de decidir si estamos en capacidad de desarrollar nuestra vida y nuestros talentos, o si por el contrario lo derrocharemos todo con actos imprudentes.
Sin lugar a dudas, si el Señor nos colmó de todas estas bendiciones es porque está seguro de que podremos administrarlas como es debido.
Una cosa si es necesario e importante, y es que la iglesia deber ir siempre en la dirección de interesarse por ganar almas antes que pensar en recaudar fondos.
Con esto no quiero decir que deberían dejarse de hacer las actividades pro recaudación de fondos, sino saber y entender la visión de Dios en ese aspecto.
Si una persona ha sido ganada verdaderamente para el Señor, esta alma pondrá de inmediato a los pies de Cristo todo lo que posee.
El apóstol Pablo en el libro de Corintios 9:17 refiriéndose a la comisión que le había sido encomendada dijo que el dinero ocupa un lugar esencial en la vida de toda persona.
En realidad todos solemos esforzarnos por ganar lo más que se pueda, y no tiene nada de malo.
Pero es necesario que tomar en cuenta lo que el Señor nos dice en cuanto a ganar y gastar el dinero.
Ningún creyente prospera en su vida de oración, a menos que tome el tiempo necesario para estudiar lo que la Biblia dice acerca de la oración.
Nadie puede tener una fe viva si no estudia lo que las escrituras enseñan acerca de la fe.
Si queremos que el Señor nos prospere en lo material debemos conocer y obedecer sus instrucciones en cuanto al dinero y otras propiedades. Reconocer sobre todo que Dios es el que «da el poder para hacer las riquezas» (Deuteronomio 8:18).
Es nuestro deber entender en qué consiste la verdadera prosperidad y cuáles son las condiciones para que Dios nos haga prosperar.
Dios es el dueño, Señor y creador de todo lo que existe. David fue claro cuando afirmó que Jehová es la tierra y su plenitud; el mundo, y los que en él habitan» (Salmo 24:1).
Lo que significa que Dios creó todas las cosas y que en virtud de su obra creadora, es el dueño de todo, incluyéndolo a usted.
En Malaquías 2:10; Hechos 17:28), Dios da a conocer sus derechos de propiedad cuando dice:
«Todo lo que hay debajo del cielo es mío» (Job 41:11). (Lea también Génesis 1:1; Colosenses 1:16, 17.)
Dios hizo y conserva todas las cosas, y todo lo que existe le pertenece, aunque nosotros podamos poseer una porción de la creación de Dios, siempre reconociendo que él es el único Dueño absoluto de todo.
En verdad somos arrendatarios de Dios, pero él como dueño de cuanto hay en el mundo requiere de administradores que sean fieles (1 Corintios 4:2).
De ahí que quiero dejarles en su corazón para que entendamos por medio de esta reflexión, que todo lo que tenemos, lo hemos recibido mediante la buena y agradable bondad de nuestro Dios y no de nosotros mismos.
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