Si el que escribe es un escritor, entonces soy un escritor, en ciernes aun, lo reconozco, pero me considero todo un escritor. La verdad es que eso de darle a la pluma, de llenar o emborronar cuartillas da mucho prestigio, mucho caché.
A las muchachas, por ejemplo, les encantan los escritores por aquello de salirse de lo común, de tener un ejemplar raro en su imaginario romántico que incluso podrían ser las protagonistas de sus relatos. No es lo mismo decir tengo un novio escritor, es un bicho raro y por eso me encanta, que declarar uno que es electricista, vendedor u oficinista, con el debido respeto a estos serios y más rentables oficios, y eso no obstante sus mamás les advierten una y otra vez que con los escritores su existencia no va a ser ni fácil ni abundante y posiblemente tendrán que mantenerlos de por vida.
Otro ejemplo y que me compete a mí directamente sucede en las reuniones de personas importantes a las que frecuento porque mi mujer es una persona de alta sociedad con amplias relaciones sociales y cada par de semanas debo asistir, y sobre todo aguantar, en calidad de consorte acompañante. Debo reconocer que en esos ambientes estoy en inferioridad de condiciones pues la fauna y flora de esas reuniones suelen ser científicos, cirujanos, ingenieros, políticos, notarios, y otros cargos de gran importancia, y yo que apenas pude terminar el bachillerato repitiendo el último curso tres veces tengo que enfrentarlos cara cara.
Pero recurro a mi arma secreta, la azagaya defensiva que lanzo cuando en las presentaciones sueltan el hiriente ¿Usted a que se dedica? Les disparo a bocajarro un ¨Soy Escritor¨ adoptando un cierto aire de intelectual aprendido y apoyándome en un peinado cuidadamente despeinado y una indumentaria algo excéntrica pues nunca se me ha dado bien la elegancia en el vestir.
Un escritor que se precie de serlo no puede lucir impecable, desde siempre el genio y el exceso de orden y cordura no se han llevado bien. Vean a Albert Eisntein con los pelos en plena revolución capilar, comiendo helado sin protocolo alguno, o sacando la lengua como si un médico le revisara las amígdalas. Las poses de hombre genio de letras un tanto desgarbado que está por encima del mundo las he ensayado en el espejo cientos de veces, y la verdad es que me salen tan bien que hasta llego a creerme un Cortázar, un Camus o un Faulckner.
Ese ¨Soy Escritor¨ resulta una respuesta llena de magia que deja a los demás bastante desconcertados porque por muy buenos abridores de tripas, por muy plantadores de columnas de varillas y cementos, por muy estampadores de firmas en documentos, por muy caza votantes que sean, al escritor siempre se le considera como algo especial, taumatúrgico, que tiene un poder que va más allá de los títulos, de las anatomías, de las integrales, de los códigos del derecho.
El escritor en su genialidad debe pasar dificultades económicas como le sucedió al enorme Gabo en sus inicios y tantos otros incluyendo a don Miguel de Cervantes, o el hambre y miseria que sufrió así mismo Charles Bukowski.
Parafraseando a Máximo Gorki el hambre sigue al hombre como la sombra al cuerpo, cambiemos la palabra hombre por escritor y calzará perfecto en el mundo literario. El escritor buscará hasta la saciedad y sin resultados tantas veces el santo grial editorial que al beber de su cáliz le vuelva inmortal desde la primera tirada. Tiene un arma de talento diferente que pocos aun alcanzando altos grados de inteligencia y por eso muchos hasta le envidian e incluso le temen.
Si los que me preguntan me repreguntan que he escrito, entonces los remato con una doble estocada hasta el puño de maestro torero diciendo que estoy construyendo una obra trascendental que, como el Ulises de James Joyce, revolucionará la narración literaria del presente siglo y sobre todo creará un pensamiento actual aún más influyente que el de Descartes.
De inmediato, sin dejarlos respirar, paso a relatarles el título de la obra que es ¨Impronta de las sociedades en sus fases de trasformación intermedia y su evolución hacia nuevos estadios del pensamiento resiliente¨, lo cual deja desconcertado a la mayoría de preguntadores porqué, díganme ustedes ¿quién de esos señores tan ocupados en sus profesiones se habrá atrevido a leer la joya del irlandés de oro o lo excretado por el cartesiano cerebro privilegiado del francés? Hasta ahora no he encontrado ninguno.
Por mi parte les confesaré que lo de ser escritor es cierto, no es un bulo ni un allante, lo que les digo a los interrogadores es verdad, la pura verdad. He mandado cartas cientos de supuestas amantes, he llenado miles de tarjetas para envío de flores, he redactado infinitas felicitaciones de santos y cumpleaños. Además llevo veinticinco trabajando en ese gran libro de gran título, primero he tenido que hacer un esquema general de la obra, eso lleva mucho tiempo, varios semestres, después establecer los compartimentos de los seiscientos cuarenta y tres capítulos de que se compondrá alcanzando las doce mil páginas escritas y cómo habrá que conectarlos entre sí, las conclusiones finales son un arduo trabajo de síntesis explicativa que permitirán tomar nuevas e inteligentes estrategias sociales, económicas y políticas.
No es paja de coco, ni tampoco un rulo. Es un trabajo ingente, faraónico, tengo que leer cientos de autores que traten esos temas para documentarme y contrastarlos y estar así más edificado, también estoy buscando datos y documentos antiguos en las más vetustas bibliotecas del país. Después de veinticinco años de iniciado, ya estoy acabando las tres primeras páginas de las dedicatorias a mis familiares y amigos, que no son pocos y después en un par de años más cunado las finalice, comenzaré el prólogo de la obra monumental. Tal vez no les parezca demasiado avance pero ya les he dicho al principio que soy un escritor en ciernes, es decir en fase de elaboración y ese estadio toma su tiempo, pero soy y me siento escritor al fin y al cabo porque escribo, que es lo esencial
¿Qué sucede cuando me presentan por sorpresa a un literato que de verdad sí ha publicado títulos significativos y que de literatura sabe un montón? Pues muy fácil, les digo que soy cirujano, ingeniero o notario, porque díganme también quién el que pelea a diario y vive de las letras se va a meter con los hígados inflamados, los cementos fraguados o la legalización de contratos mineros? ¡Qué orgulloso me siento siendo escritor! Y de que mi mujer me mantenga, todo hay que decirlo.