La magia del Bernabéu no apareció. Tampoco el peso de la camiseta ni el poder del escudo. Esta vez, los intangibles no fueron suficientes para sostener a un Real Madrid desconectado de sí mismo, que vivió su adiós más opaco de la Champions a manos del Arsenal de Arteta. En una noche que pedía épica, el conjunto blanco ofreció apatía.
La remontada, que se dibujaba más en los rezos que en la pizarra, nunca se insinuó. La grada, repleta de turistas por Semana Santa, pareció desconectada desde el inicio. El penal fallado por Saka tras un agarrón de Asencio a Merino despertó a un Bernabéu que nunca terminó de creérselo. Ni siquiera el VAR, que anuló un penal a favor de Mbappé por un leve contacto, logró encender el fuego.
Y es que este Madrid ya no tiene chispa. Ni juego, ni hambre. Lo de esta temporada ha sido una sucesión de desajustes. La llegada de Mbappé, lejos de potenciar, ha desestabilizado un ecosistema que el curso pasado parecía sólido. Vinicius, errático. Ancelotti, sin respuestas. El vestuario, saturado.
En el segundo tiempo, Ceballos y el joven Endrick fueron los revulsivos que Carletto lanzó con más fe que certeza. Pero ya era tarde. El Arsenal, serio y sin estridencias, marcó con Saka tras una joya de pase de Merino. Vinicius respondió, aprovechando un error de Saliba. Un espejismo.
El empate solo sirvió para prolongar la agonía. Porque el Madrid no supo, no pudo, y quizá ni quiso. Martinelli, en el descuento, firmó la sentencia con el 1-2. Arteta se llevó el Bernabéu y también la dignidad competitiva.
Así se cierra un capítulo. El de Ancelotti, el del último campeón que ya no es equipo. Porque al final, como decía Machado, la verdad no es triste: lo que no tiene es remedio.
