Vladimir Guerrero Jr. se ha convertido en la figura más luminosa de toda la postemporada, sobre todo por su juego extraordinario, además de la historia familiar, colocando sobre los Yankees una lápida que se ha convertido en un epitafio entre sombras.
El dominicano nacido por circunstancias en Canadá había aparecido, o más bien desaparecido, en sus tres primeras series de Wild Card sin dejar rastros. Esta postemporada ha sido de antología para el jugador que había dicho que jamás en su vida firmaría con los Yankees, eso por un detalle que para los Guerrero si tuvo importancia (si alguien aún no lo sabe, a él, siendo un niño, le negaron el acceso al terreno del Yankee Stadium).
La muestra de poder, defensa espectacular y un deslizamiento en el plato a lo Pete Rose ha llevado a Guerrero a otra dimensión. En momentos como la postemporada es que uno se da cuenta de la valía de cada jugada, de cada turno. No bastan los contratos lujosos ni los millones, estos chicos parecen niños cuando se trata de alcanzar la Serie Mundial y ganar el campeonato.
Con 26 años y un futuro asegurado, independientemente de lo porvenir en estos play off, los registros de Vladi (.529-3-9), igualándose con Hank Aaroon como los únicos jugadores con tres jonrones en los tres primeros juegos en una postemporada o el récord combinado de nueve hits y nueve impulsadas en una Serie Divisional Divisional, el chico ha mostrado sus garras y se ha sacado una espina que ha disfrutado todo el universo que no simpatiza con los NYY.
En el caso de los Mulos sus problemas iniciaron en el invierno al no retener al criollo Juan Soto, un pelotero clave para que los Yankees alcanzaran su primera Serie Mundial en quince largos años.
Se pensó que los movimientos de la gerencia de Bryan Cashman serían suficientes para llevarse la corona al no tener que gastar tanto en un solo pelotero; eso no obstante se reflejó en el hecho de ir de la Serie Mundial a disputar una serie de Comodín con sus rivales bostonianos.
Para colmo de males terminaron eliminados en sus últimas dos series (la Mundial y la Divisional) en un Yankee Stadium abarrotado, que ha mostrado la cara dolorosa de una fanaticada emblemática, la más prolífica de la historia, pero la más sufrida en las últimas 16 temporadas.
A los Yankees le salió el demonio, o más bien un chico dominicano llamado El super Vladi, que junto a sus compañeros le han colocado una gran lápida al monstruo rayado, al equipo más odiado por unos y el más ensalzado por otros. En fin para los neoyorkinos será un lúgubre invierno, cubierto de sombras.
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