CON MOTIVO DEL DIA DEL PADRE
Cuando digo papá, me nace un dulzor en la boca.
Papi, siempre estás marcando tus huellas para asegurarte que el sendero que yo recorra sea el correcto.
Papá, papá… ¡que palabra tan sabia, tan amor… Es una fortuna decir papá!
Recuerdas, papi, mis primeros pasos, mis primeros balbuceos, mis primeros trazos…
Yo atesoro tu alegría como un recuerdo que está en mi carne… No te enojabas cuando rallaba tus libros, en cambio, era para ti un hallazgo, un arribo a otra alegría inédita en ti. Te hacia infantil tu risa, con su tono líquido, luego grave, como una ceremonia sagrada.
Que seas como eres, es mi orgullo y dirección… Cada mañana, cuando vas a mi cuarto a besarme y decirme que me quieres, me afianzo… Junto a ti, a nada temo: me sostienes y me vas fortaleciendo para sostenerte en mí.
He aprendido a escuchar tu silencio, tu sonora forma de hablarme con el corazón.
Me gusta verte caminar descalzo en el huerto frutal… Jajaja…pareces un niño…
Papi, creciste hasta mí, para disponer, de buen modo, tus hombros para que yo pueda crecer hacia un mejor ser humano y me haga consciente de que no estoy separada de ti.
¡Qué tan especial eres, que me inspiras y me fortaleces!… ¡Qué mágico carácter de respeto y ternura eres, que me estableces en la convicción de que si fuera posible dejar de pensar en ti un instante, no sabría quien soy… Gracias, papi, porque eres lo que sé que eres y hacerme saber también quién soy.
Cuando caías, confiabas en que yo mismo podía levantarme. Y cuando se hacía obvio que te necesitabas, corrías a levantarme, diciéndome, “ya luego lo harás tú solita”.
Papi, cuando te digo, te amo, se enciende en mi corazón una luz que me hace saber quien soy… Eso soy: un árbol de provechosos frutos, enraizado en ti… En ti, papi… Yo también he venido para amarte, ser tú orgullo, creciendo hacia lo que amamos.
La autora es hija de Ramón Antonio Jiménez y Ana Luisa Morillo cursa la carrera de psicología educativa en la UASD.