La tarde del martes 21 de junio doña Violeta Martínez de Ortega recibió en su casa-museo de La Joya la visita de Adriano Cruz Marte, Jesús Castillo, Richard Vásquez y Félix Paulino.
Tan pronto llegamos su servidor presentó a doña Viola la excusa de Luis Báez del Rosario quien a última hora tuvo un percance. Ella lo trata como a un hijo y goza de tan alta estima que una foto suya está colgada en una de las habitaciones donde atesora parte de las cosas que aprecia.
La anfitriona como siempre acoge con agrado a sus huéspedes, tres de los cuales visitaban por primera vez a esta matrona macorisana que tiene entre sus orgullos a sus padres españoles don Francisco Martínez Bosch y doña Amalia Valor Abad.
Ella nació en Noná, comunidad de la sección que antes se llamó Ranchito Arriba, que hoy es el sector suburbano Las Pajas, el 18 de diciembre 1925.
Mientras su longevo esposo doctor Rafael A. Ortega, don Fellito de 103 años, descansa en la terraza de atrás, doña Viola le da a los visitantes un tour por la sala de la casa y las amplias habitaciones repletas de objetos antiguos como mobiliarios, fotografías, vasijas, lámparas, camas, vestuarios y muchas otras piezas y utensilios con hasta 100 años.
Es un deseo de doña Viola y lo exclama como una necesidad que alguien se dedique a escribir la historia de San Francisco de Macorís. Afirma que todavía no se ha escrito la historia de los años 40 de la llegada de los españoles cuya presencia tuvo un gran impacto aquí en lo educativo, en lo económico y cultural.
Doña Viola dijo al redactor de estas líneas que desea recibir la visita de su amigo Roberto Santos Hernández porque la ayudó mucho durante los 10 años que se desempeñó como gobernadora de la provincia Duarte. También de Chino Tavárez, comentarista de televisión de quien ponderó su preparación y dominio de la historia.
En la parte final de la visita la anfitriona desplegó su sentido de buen humor leyendo un fragmento de las Obras Completas del escritor mexicano José Rubén Romero que relata la conversación entre el zacatecas y una viuda que acostumbraba visitar el cementerio los domingos para orinar en la cabecera de la tumba de su difunto esposo porque «uno llora a su marido por donde más le duela».