El agua baja por el vestido de nubes del cielo y cae hasta derretirnos cual terrones de azúcar. Luego, un vapor dulzón se eleva para recomenzarlo todo.
Tres escritos que demuestran de manera irrefutable que la persona enamorada:
Es maga y loca (“no es gente”).
Lo puede todo y da para todo (“priva en arretá”).
Adopta una obsequiosidad canina (“es un perro”).
I ¿Para qué tormenta?
¿Para qué tormenta?, sino lluevo contigo; no me germina el agua de tu cuerpo ni convierte en delta vivo esta aridez quemante. ¿Para qué tormenta?, si los destellos en tu cielo no iluminan mi alma; no me infunden aliento tus ráfagas de viento ni sabremos qué hacer cuando lloviendo afuera escampe adentro y duela tanta humedad desperdiciada. Que llueva sí, que haya tormenta; pero en ti y en mí. En ninguna otra parte.
II Lo que busco en tu boca
Más que el aliento frutal o que las mieles que emanan de tu lengua, lo que busco en tu boca es una tregua, una pausa, un respiro, una burbuja de paz, una armadura, un cuarto secreto o una cámara oscura que silencie el perenne sollozo de un torpe dragón que unas veces te calienta y otras te quema con su amor.
III Aproximación teórica al placer de los besos
Los nuestros no son cualesquiera besos, sino:
Fractales. Patrones de milagro repetidos a escala en una magia cósmica de sabor igual y diferente cada vez.
Caleidoscópicos. Cientos de luciérnagas multicolores nos alumbran desde una lámpara circular y giratoria mientras nos besamos.
Cíclicos. El agua baja por el vestido de nubes del cielo y cae hasta derretirnos cual terrones de azúcar. Luego, un vapor dulzón se eleva para recomenzarlo todo.
Laberínticos. Una certeza de amor con forma de muñeca rusa contiene todas las certezas de amor en muñecas rusas más pequeñas, las cuales habitan una dentro de la otra.
Repetitivos. Antes del ocaso, confesaré millones de “te amo”. Antes del ocaso, recibiré millones de “te amo”. En millones de besos, por supuesto.
6. Mutantes. Cada caricia en los labios nos transforma en seres nuevos, cada vez más expertos en el beso.
Recidivantes. El gusto se vuelve una seguidilla de mango banilejo, de miel en panal, de dulce de tres leches que se cuece en dos bocas enamoradas que cuando terminan vuelven a besarse, ad infinitum.