La sociedad dominicana vive en un estado de sitio y de indefensión, impactada y asombrada con casos horrorosos, pocas veces visto, como consecuencia de una escalada frenética, inmanejable e incontrolable delincuencia que parece permear lo más recóndito del territorio nacional.
Este es un país inseguro. No hay paz y sosiego ni en las calles, ni en el trabajo, ni en el vehículo privado, ni en la guagua ni concho público, ni en los parques, ni en las iglesias, ni en las escuelas, ni en el barrio y para colmo, tampoco en el hogar se respira aire de tranquilidad.
Sin lugar a duda que el pueblo dominicano experimenta, observa y vive un desbordamiento de la delincuencia y violencia, comparada ya con países como México, Honduras, Guatemala y Venezuela.
Día a día la prensa reseña la ocurrencia de atracos, asaltos a mano armada, asesinatos y crímenes abominables, secuestros, robos, intercambios de disparos entre bandas, asesinatos por encargo (Sicariato), violencia intrafamiliar y un rosario interminable de las más diversas formas que retratan la descomposición social de nuestro amado y querido pueblo dominicano.
Todos los estudios de opinión, sondeos y firmas encuestadoras reseñan que los problemas más sensibles que padece el país son: la delincuencia, la violencia, la impunidad, la corrupción, pobreza, desempleo e inequidad. Cada uno de esos problemas va creando un ambiente de tensión, preocupación y exacerbación, no solo en el estado de ánimo, sino en el mismo sistema de vida de cada ciudadano y ciudadana.
Mientras nos desenvolvemos en la cotidianidad en medio del susto, pavor, miedo e inseguridad, percibimos la indiferencia, la apatía y más aún, la ausencia de las autoridades destinadas a velar, proteger y resguardar a cada ciudadano y sus propiedades. Vemos también un gobierno dando tumbos y zigzagueos sin planes, programas y políticas públicas claras y efectivas que den solución a estos aterradores males sociales que van minando y socavando los principios, valores, tradiciones y costumbres sanas y, sobre todo, el derecho legítimo que tenemos de vivir en paz.
Esta ola de delincuencia no será enfrentada, mermada ni detenida con la simple destitución de un jefe o director de la policía, rotación o traslado de generales o coroneles de un destacamento a otro o de una región a otra; tampoco implementando programas inmediatistas o cortoplacistas que lo que han hecho es tomar medidas de parches y sin una lógica y razonable estrategia que apunte de manera certera y convincente a resolver estos desafueros y distorsiones sociales.
El presidente de la República y su gobierno deben concentrase a fondo, partiendo de la raíz y las causas que provocan estos fenómenos sociales. Si en vez de robarse impunemente el erario, los funcionarios al más alto nivel manejaran el presupuesto de la nación eficientizando las instituciones encargadas de la seguridad ciudadana, como la Policía Nacional, los resultados obviamente a favor del pueblo fuesen otros.
Como la delincuencia no da tregua y se ha convertido en un drama humano, aterrador para muchos, esperamos que el nuevo Director General de la Policía Nacional venga, en esta que es su gestión, a resolver y tomar medidas drásticas, siempre apegadas a la constitución y las leyes.
No quisiera que este nuevo director de la Policía Nacional al llegar traiga el mismo librito, guía y esquema de todos cuantos ascienden a ese máximo rango. Se dice en el argot popular que “escobita nueva barre bien”, y por lo tanto se le oye con frecuencia decir al inicio de su gestión frases o arengas como: “actuaré con manos duras”; “seré implacable con la delincuencia”; “no escatimaré esfuerzos para socorrer a la ciudadanía”, y para que vean, el nuevo director, Mayor General Ney Aldrin Bautista, también se despachó con las suyas: “a los delincuentes que empiecen a correr”; “tenemos mando y control”.