Con estas palabras inició Mejía Vallejo la homilía en la eucaristía oficiada en ocasión de la celebración de esta fecha patria en la Catedral Santa Ana, a la que asistieron las principales autoridades civiles y militares y empleados de las diversas dependencias estatal de aquí.
A continuación la Homilía de nuestro señor obispo:
La razón de estar aquí es para agradecer y rendir homenaje a nuestros héroes por su generosidad, y eso es algo hermoso; pero también para que reflexionemos sobre nuestros deberes para con la patria y asumamos responsabilidades.
Para alcanzar eso, la palabra de dios que siempre es actual, nos ilumina con su mensaje. Qué providencial es que la primera lectura nos hable de un hombre decidido y fuerte, que está al servicio de dios y de sus hermanos, me refiero al combatiente Josué. Cuando él mira el deterioro moral de su pueblo, que cada vez se suma a los vicios y las corrupciones, un pueblo que se olvida de aquellos que le dieron la libertad al sacarlo de la esclavitud, un pueblo que se olvida del verdadero Dios, el Dios de la vida y de la historia que les ama y que ha hecho grandes maravillas a favor de ellos; pero ahora ese pueblo se ha ido detrás de otros dioses y se ha dejado seducir por los ídolos del poder, del dinero y del placer.
Frente a eso Josué reacciona con valentía y con firmeza y le recuerda a su pueblo, las barbaridades que cometen y el final que le espera si no cambian de actitud y le pone a elegir: “querido pueblo, hombres y mujeres de bien: ¿quieren seguir destruyéndose o quieren volver su corazón al verdadero Dios?, el pueblo hace silencio, se detiene, reflexiona y toma una sabia decisión, “queremos cambiar y al Dios de nuestros Padres: Abrahán, Isaac y Jacob, queremos servir”.
“Esa misma interrogante que se hizo Josué en el anteayer de la historia, es la misma que se hizo Gregorio Luyeron en el ayer, y es ala que hoy nosotros tenemos que hacernos; porque guardando la distancia, en estos momentos casi padecemos y experimentamos la misma situación de deterioro moral, político y económico, y cuidado si con mayor proporción. Son muchos los que están correteando detrás de los nuevos ídolos de poder, del dinero fácil y del placer sin límites. Qué vergüenza para una nación el tener tantas personas cobrando sueldos de lujos sin trabajar; que afrenta para la traria que la popularidad de un candidato a cualquier puesto político sea fruto del dinero que no importa si proviene de las drogas, de las bancas de apuestas o del dinero acumulado cuando se tuvo el poder, en vez de ser fruto del servicio y de la honradez de un persona”.
Por eso, permítanme me recordarles unas palabras que dije en este mismo escenario hace tres años, sobre nuestra casa común que es la patria, la que debemos amar, cuidar y servir. La patria es esencial en la vida de cada persona y de cada país, porque ella es el hogar común, que nos proporciona los valores, la identidad, la idiosincrasia y la cultura que nos hacen diferentes a los demás pueblos, identidad que se hace vida en su lenguaje, en sus costumbres y en su modo de vestir; igual que en su hablar, en su religión, en su música y en su modo de alimentación.
Son muchos los poetas, literatos, historiadores, políticos, ilustres rapsodas y sociólogos que han descrito el cómo es para ellos su patria: El famoso Séneca en Grecia, decía “amamos nuestra patria no porque sea grande, sino porque es la nuestra”: asi debemos amar a nuestro país y a nuestro San Francisco de Macorís.
El poeta alemán Reine María Rike nos dirá “La verdadera patria del hombre es su infancia”, porque e4s lo que nos marca para siempre, a eso añade Benjamín Franklyn “donde está mi libertad allí está mi patria”. El famoso Robespierre de Francia es enfático al decir “se puede abandonar a una patria dichosa y triunfante, pero la patria cuando está amenazada, destrozada y oprimida no se le deja nunca; se le salva o se muere por ella”. Por eso da pena oír decir que muchos dominicanos quieren irse de aquí.
Eso es así porque debemos tener una patria como una autentica permanencia de la cual tenemos que sentirnos orgullosos, eso se manifiesta cuando vemos ondear nuestra bandera tricolor, o cuando cantamos el Himno Nacional dominicano, que se adueña de inmediato de los más nobles ideales de civismo y de patriotismo.
Ese sentimiento es una herencia que durará toda la vida, porque se va gestando con la apropiación cultural que bebemos en la familia y que configura todo nuestro bagaje cultural. Con razón dirá el poeta Pablo Neruda “En la patria podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera”; es decir, el amor patrio, nadie lo puede arrancar del corazón humano; eso lo confirma el poeta brasileño Dos Pasos al decir: “puden arrancar al hombre de su país, pero no pueden arrancar el país del corazón del hombre”.
De ese modo se nos confirma el civismo o amor a la patria es un saber, un conocimiento de la forma de vivir. Es la expresión solidaria del amor propio y de la convivencia humana. Es un modo de vivir respetuoso, dulce, cariñoso; es la solidaridad y el respeto a la dignidad humana. Para lograr eso, se necesita la sabiduría que pidió Salomón cuando fue ungido Rey de Isrrael, esa sabiduría es lo que llamamos también sensatez, que es igual a prudencia, buen juicio, cordura, moderación y templanza. Tener presente que a una nación no la hace grande ni la delincuencia, ni el desorden, ni las huelgas sin ton ni son; sino el orden, la justicia, el trabajo, productivo y el respeto a la dignidad humana.
Eso fue lo que movió a nuestro querido Juan pablo Duarte a exclamar “Nunca me fue tan necesario como hoy, el tener salud, corazón y juicio, hoy que hombres sin juicio y sin corazón conspiran contra la salud de la patria”.
Por eso es bueno decir, que esta fiesta de la Restauración nos recuerda que esta es la misma patria de Caonabo, Anacaona, Guaroa y Enriquillo; que nos dieron ejemplo del amor a su tierra y a la libertad. Es la tierra de Fran Antón de Montesino, quien con su sermón de adviento del 1511 a favor de los nativos hizo posible la promulgación de los Derechos Humanos. Esta es la tierra de Duarte Sánchez y Mella, quienes nos legaron la Independencia Nacional. También esta es la patria de Luperón, Benito Monción, Fernando Valerio, Santiago Rodríguez, Pepillo Salcedo y Pedro Antonio Pimentel, quienes restauraron de nueva la patria al ser anexada por Pedro Santana.
Es también la patria de los que se decidieron a ofrendar sus vidas en Constanza, Maimón y Estero Hondo el 14 de junio de 1959, pero de igual modo los que se decidieron el 30 de mayo para poner fin a la dictadura de Trujillo.
Pero este pedazo de tierra que se llama República Dominicana, bendecida por Dios y con hombres y mujeres alegres, solidarias. Acogedores, serviciales y trabajadores, es también nuestra querida patria.
Por eso nos duele que hoy la vemos herida por la violencia intrafamiliar, la delincuencia y la inseguridad; por la corrupción y la impunidad; por el enriquecimiento ilícito y con ese afán de dinero fácil y sin trabajar. Desgarrada por el individualismo de unos pocos que solo piensan en su acumulación y por aquellos indiferentes y cómodos que sólo piensan en ellos nada más,
Pero nos alegra que cada vez son mucho más numerosos los que se unen y arriman sus hombros para construir y para engrandecer con su trabajo, su honradez y su entrega generosa; quienes con su fuerza moral van enarbolando la bandera del desarrollo y de la paz social: San Francisco crece y su desarrolla de un modo orgánico y le esperan momentos estelares en su historia.
Porque ahí están los hombres y mujeres que cada día se comprometen a trabajar por las familias y el progreso de su provincia, por eso propician orden, trabajo, y solidaridad; ahí está esa gran legión de jóvenes que van haciendo de su preparación académica el potencial de conocimiento que se necesita para el desarrollo. En fin, está todo ese pueblo sencillo, honrado y humilde que cada día se hace más grande por su capacidad de servir a los demás.