En la esquina noroeste del parque Duarte, frente al local del Club Esperanza, se le puede encontrar diariamente.
Desde muy temprano asiste a su trabajo. Con una singular sonrisa que sus barbas abundantes no pueden ocultar, atiende a sus clientes lustrándoles los zapatos. Cuando no llegan los calzados que demandan limpieza, entonces se ocupa de orientar a los conductores que buscan aparcar sus autos tanto en la calle San Francisco como en la Restauración.
Cuando el Sol está presente, coloca un cartón encima del parabrisas para evitar el calentamiento del interior. Al momento que el conductor decide irse, con puntual diligencia, y dando la impresión de ser un hábil agente de tránsito detiene con brazos levantados y visible actitud de súplica, la marcha de aquellas máquinas que se acercan, para de esta manera facilitar la salida del vehículo.
Este servicio no demandado, tiende a irritar a más de un conductor, provocar risas en algunos; en otros, comentarios cuestionando tal actitud, en los que a veces se incluye como culpable al sistema político; en un escaso porcentaje, gestos o palabras de gratitud; pero enojados o no, muchos de ellos le ofrecen una moneda o un billete de bajo valor. Pero como no son pocos los que buscan parqueos en esas calles, ya al atardecer puede acumular una significativa cantidad que sumada a lo producido por su oficio de “limpiabotas”, le permite la subsistencia. Hay días buenos, otros que sobrepasan sus expectativas, y días de menos ganancia, pero al final de la jornada, siempre hay para la alimentación y sus cigarrillos; a fin de semana, halla para un trago de ron, o una botella de cerveza. Cuando termina el mes, paga sus obligaciones y le sobra algo para comprar algunas cosas de necesidad o de interés.
Como lustrador es eficiente y serio, y por sus propias palabras asegura que el engaño o el apropiamiento de lo ajeno, nunca ha estado en él. Tiene muy buenas relaciones con las personas que hacen su mismo trabajo, compitiendo con estos de una manera sana y respetuosa. Ve cifrado en los clientes su sustento, por lo que expresa que el trato amable, es la clave para el éxito.
Julio Amado Vásquez Guzmán, nos cuenta su historia, en dos lenguas, sin ocultar la alegría que le produce la entrevista para este rotativo.
Nací aquí en San Francisco de Macorís, a inicio de la década de los sesentas; mi infancia fue la de un niño feliz, mis padres no eran ricos pero si, tenían lo necesario para mantener su familia. Tuve la oportunidad de realizarme profesionalmente, pero no pude cumplir ese mandato de mis padres. Estos quisieron que yo estudiara, pero solo llegué al quinto de primaria, dedicándome a trabajos diversos, pero con el sueño que afectó de una manera terrible a casi todos los jóvenes de mi generación. Este sueño era viajar a Estados Unidos para hacerse de dinero “fácil” y de esta manera poder adquirir todo lo que la fantasía y las ambiciones pudiesen demandar.
Cumplidos mis veinticuatro años, por fin se presentó la ansiada oportunidad y pude llegar a la ciudad de New York.
Pero algo pareció cambiar allí: quizá por los recuerdos constantes, que martillaban fuertemente mi mente en el sentido de lo que querían mis padres para mí. Descubrí en los primeros días que tenía, mucha facilidad para el aprendizaje, lo que me permitió aprender el inglés callejero en breve tiempo. Pero esto no me detuvo en mis fantasías y mis ambiciones.
La ilusión, el espejismo de la vida de bohemio y la opulencia pudieron más que las buenas razones, por lo que aun arriesgando a mi familia que gracias a Dios la tengo aunque lejos, me metí al negocio de las drogas, creyendo encontrar la oportunidad de hacerme de dinero. Conseguí muchas cosas: autos a mi gusto, apartamentos con lujos a mi manera, bebidas, mujeres, amigos, de esos que siempre están prestos para derrochar halagos y mover afirmativamente sus cabezas aún ante el peor de los disparates que salga de nuestra boca. Esos desaparecen cuando la bonanza se aleja de tu vida. No solamente esas cosas me rodeaban, si no que el derroche del dinero que parecía no terminarse, complacía más que un capricho que gracias a Dios no fueron tan moralmente comprometedores, pero que me hicieron cometer algunos tropiezos que amargaron mi existencia; a pesar de los consejos de algunos seres para los cuales mi persona tenía importancia.
Entre ellos, mis abuelos, Casimiro Vásquez (Piirino –la Caja) y Jacinta del Orbe; mis padres Julia Parra y Amado Vásquez del Orbe, quien también lleva como apodo, La Caja; así como de algunos amigos de esos que hoy en día se hacen escasos. Un día cualquiera del 1993 me atraparon y caí preso, hice doce años de prisión. No desaproveché el tiempo que estuve en la cárcel, allí terminé superando varios obstáculos, la High School, el equivalente al bachillerato aquí en República Dominicana. Hice dos profesiones: la primera fue la de Manage Building (Mantenimiento de edificios) y la segunda mi certificación en el dominio del inglés como segunda lengua. La decisión de estudiar, me marcó en el mejor de los sentidos porque ha servido para reforzar mi manera de vivir la que no considero dañina para la sociedad donde habito. Como podía esperarse me deportaron; gracias a Dios que tengo un país tan bello y querido como es el mío, República Dominicana. Así que perdí mi residencia alegando ellos, que yo era un peligro y una persona no grata en aquel país debido a mi antecedente. De a poco fui perdiendo todo lo que tenía, pero eso no consiguió que yo cayera en la delincuencia, porque la mejor herencia que tuve de mis abuelos y mis padres fue la honestidad, pues ellos me enseñaron que hacer lo malo no conduce a nada digno. Así que me dediqué a cuidar vehículos, a hacer mandados, a limpiar zapatos, en fin a cualquier cosa que no sea violadora de la ley, porque lo único malo que he hecho es vender drogas, pero sin hacer atracos, engaños, estafas y maldades a nadie gracias a Dios.
Le exhorto a los que han corrido la misma suerte mía, de ser deportado, que la vida sigue, y que entiendan que aun en la precariedad se puede vivir, y que están a tiempo de recuperar lo que más vale en los seres humanos: la honradez y la satisfacción que da para el alma, el no hacer lo malo. Tengo cinco hijos, los cuatro mayores, Julio Amado junior, Jonathan Amado, Julianny y Tania están en New York, y la más pequeña, Amádelin tiene 12 años y está aquí. Mis hijos allí han estado haciendo diligencias para que recupere mi residencia, por lo que solicité mi perdón, y tengo la esperanza de poder ingresar de nuevo para estar junto con mi familia, aunque estoy consciente de que no puedo calificar para obtener la ciudadanía estadounidense.
Soy una persona que tuvo muchas oportunidades en la vida, seguí un camino equivocado aunque puedo decir que no me considero un fracasado, por la razón de que mis valores morales han sobrevivido junto a mí, a pesar de las penurias, por ejemplo ahora mismo estoy pasando por un momento difícil, de desilusión o caída momentánea pero tengo fe en Dios de que eso pasará y una vez más saldré victorioso; además estoy vivo y eso significa oportunidad.
Estoy aquí en el Parque desde el 2014, tratando siempre de ganarme el respeto de todas las gentes con las cuales me relaciono en mis quehaceres que siempre están apegados a la honestidad y a la dignidad.
Aquí hay un sistema que es muy dañino para quienes como yo estamos deportados, y es que las empresas e instituciones nos niegan la oportunidad, alegando desconfianza entre otras cosas infundadas. Tal es la realidad en torno a esto que me llamaron de un hotel muy conocido aquí en San Francisco, cuando necesitaban los servicios de una persona bilingüe de alto desenvolvimiento; sin embargo cuando me tocó llenar el formulario, en el que siendo fiel a la verdad como es característico en mí, y en mi familia, le hice saber que yo era deportado y que había estado preso por tráfico de drogas, la respuesta que recibí fue terrible por parte de los ejecutivos: “usted puede entregarle drogas a todo el que viene a este hotel, por lo que no podemos aceptarlo como trabajador aquí”. Me llené de asombro e impotencia, jamás pensé que una empresa de supuesto prestigio pudiese expresarse con tan poca delicadeza, con tan poco respeto y con tan poco tacto para dirigirse a alguien que procura reivindicar su vida. Eso es lamentable porque si dieran la oportunidad a quien la demanda con sinceridad estoy seguro que la experiencia de una persona que haya delinquido anteriormente puede ser un factor favorable para cualquiera que lo emplee, debido a que este se va a consagrar a su trabajo con ganas de hacerlo mejor cada día y de defender a capa y espada, la institución para la cual trabaje…
Después de ese conversatorio en el que se mezclaron los dos idiomas, Julio Amado Vásquez, ofreció sus conocimientos de plomería, electricidad, mantenimiento de casas y edificios, para cuantos puedan necesitarlo. Además está en la mejor disposición de enseñar inglés a quien le interese manejar con eficiencia una segunda lengua. Puede ser contactado en el parque Duarte o llamándolo a su teléfono residencial el 809-290-9323.
La claridad con que Julio Amado se expresa y el conocimiento del resumen que nos narra de su historia, nos obliga por razones justas a no hacer conclusiones resonadas, sino que será usted estimado lector, quien juzgará de acuerdo a su nivel de conciencia, la trayectoria de este ciudadano francomacorisano.