Frente a conceptos fundamentales como la ética, la justicia y los valores y quizás viviendo en un mundo de confusiones en el que debe primar la preocupación de los intelectuales como guías responsables en la construcción de una sociedad justa, respetable y respetada, vemos cómo estos conceptos se pasean frente a nosotros de una forma tan indiferente que da la impresión, que nos importan tan poco que no somos capaces de hacer con ellos ninguna medición acerca de sus causas, de sus consecuencias en la más elemental de las reflexiones.
Arropados por la corrupción, que para muchos parece un premio al compararlo con la falacia de la desaparecida represión criminal que caracterizó las décadas de los 70 a las dictaduras latinoamericanas y donde todavía atrevidas voces agoreras justifican sin cuestionar algunos estamentos que a la luz de un análisis profundo son tan estériles como dañinos, o por lo menos revisables. En ocasiones comparó estos males con los virus de cualquier naturaleza, los tecnológicos para las computadoras y los humanos para las personas en función de lo que cuestan y de lo que aportan. Me gustaría ver a la sociedad más preocupada por estas cuestiones, que más que cuestiones son realmente serias amenazas.
Los generadores de estas epidemias sociales producen y propician una esquizofrenia de valoraciones de las cosas, de forma tal que sus actuaciones distorsionadas se confundan entre las demás y no puedan ser evaluadas como las blasfemias sociales que son, sino, como hechos sin importancias que se esparcen por lo irrelevante o que solo puedan ser leídas como un papiamento, en el que la cantidad de lenguas que participan propician diferentes aceptaciones.
Otro evento que suele generar un mal casi imperceptible, pero claramente palpable, es la comunicación orientada hacia la neblina de la identidad cultural, produciendo esto el caldo de cultivo ideal para la creación de juventudes acríticas poco interesadas por los hechos de su historia y al no preocuparse por esto mucho menos se preocupan por la evaluación de las causas y de las posibles consecuencias que estos han producido, producen o pueden producir en nuestra sociedad.
Parece que esta gente está haciendo constancia de que una buena parte de nuestra sociedad está interesada en rentar la mejor habitación del hotel de las desesperanzas que administrada por moralistas del vacío terminan con las manos más sucias que las de Pilato, con la desventaja que no tienen fuentes de agua para lavarlas. Esta gente no entiende que Independientemente del derroche, tenemos que aceptar la amarga realidad de que somos un país pobre y endeudado, sin embargo tenemos dentro de nuestra estructura sociopolítica una serie de estamentos que indudablemente son de muy alto costo y de resultados tan claros, como son los de tener unos de los combustibles con los precios más elevados del mundo, y al igual que estos, una de las democracias más caras del universo, en las que un proceso electoral entre costos y compras de votos y conciencias se invierten más de 5 mil millones de pesos.
Y en lugar de decir como don Pedro Mir y los campesinos no tienen tierra, hoy se puede agregar “y los hospitales no tienen medicina”. Así vemos como algunos inconscientes, arropados por las sabanas de las injusticias, protegidos por los mosquiteros de la impunidad y durmiendo sobre el colchón de los millones que les aporta la corrupción, duermen el sueño eterno del presente, a sabiendas que esas actuaciones y actitudes son las generadoras de un negro futuro, futuro, que hemos diseñado nosotros mismos: unos por producirlo, otros por permitirlo y los más por acallarlo. Ojala que esto cambie y no llegue hasta nuestros hijos, nietos y biznietos y los obligue a vivir en cueros, económica, física, espiritual y emocionalmente.
Juan José López
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