El 13 de enero de 2012 encalla en la costa italiana de la isla de Giglio el crucero Costa Concordia. En ese momento el barco más grande y lujoso de Italia comenzó a hundirse parcialmente, lo que aprovechó su capitán Francesco Schettino para salir huyendo, dejando a los pasajeros y la tripulación a su suerte.
Según las leyes de navegación marítimas el último en abandonar el barco en esa situación es el capitán, desde entonces Schettino fue condenado a 16 años de prisión en Italia.
En el ámbito político, el partido más grande hasta hace poco, el PLD, se encuentra a la deriva, con altas posibilidades de zozobrar, y las ratas están huyendo ante el inminente desastre como el de Costa Concordia.
Ese fenómeno tiene su lectura, evitar vínculos con el partido más corrupto de toda América. Además, la percepción de que los que se marchan lo hacen por principio, lo cual no es cierto, porque de ser así lo hubiesen hecho antes de la derrota, o sea cuando se comían el pastel morado hasta el hartazgo.
Esos bichos saben que tendrán su madriguera en otro vertedero que le asegure seguir haciendo dentro de la política lo que han hecho siempre, jugar al oportunismo. Repito, no se marchan por principio como se quiere justificar; los principios enarbolados por Juan Bosch en el PLD, quedaron pisoteados aquella tarde con Balaguer y el frente “patriótico”, cuando levantaron las manos a Leonel Fernández en el Centro olímpico Juan Pablo Duarte.
Esos farsantes que hoy integran la Fuerza del Pueblo y que acogerán con beneplácito a las lacras peledeístas disertantes luego de la derrota de julio pasado es lo peor que le puede seguir pasando al pueblo dominicano. Ese pueblo tiene que conocer su historia más reciente para no repetir los errores del pasado, y sería un error grave seguir creyendo en Leonel Fernández y su grupo asesorado por la pequeña jauría de los Vincho Castillo y los vocingleros al servicio de ese grupúsculo que puede con el tiempo llegar a tener vigencia en el accionar político del país.