República Dominicana tiene el reto urgente de afrontar con creatividad el narcotráfico.
El auge que cada día alcanzan el tráfico y el consumo de todo tipo de drogas ilícitas tienen un impacto tan demoledor que constituyen la más grave amenaza contra la sociedad dominicana de hoy día de la cual es parte la francomacorisana.
Son consecuencias directas y visibles son la agresiva delincuencia juvenil dedicada al robo de los más diversos objetos, celulares, despojos de motocicletas y embarazos de menores de edad.
Otros jóvenes, más adultos, se dedican a atracar a mano armada, al sicariato y a las más variadas formas de agravios a la comunidad.
La necesidad de comprar droga es el objetivo común, el motor que impulsa el incremento de la delincuencia criminal que ha desbordado la capacidad de vigilancia y control que deben ejercer las autoridades.
De ahí el fracaso de los programas preventivos Barrio Seguro y de Seguridad Ciudadana que han puesto en marcha los últimos gobiernos.
Hay que afirmar que de los viejos problemas sociales que ha arrastrado el país el tráfico y consumo de droga de pronto se ha convertido en el número uno por sus efectos multiplicadores, mortíferos y deshumanizantes.
Una comunidad rural, un barrio o una ciudad pueden sobrevivir a períodos de enormes precariedades materiales y de servicios fundamentales sin que las personas sufran daños físicos.
Sin embargo la angustia y la paranoia que genera vivir bajo el temor de ser la próxima víctima de un asalto por delincuentes produce terribles e imborrables daños y secuelas psíquicas.
No cabe la menor duda de que la droga es una maldición para la sociedad y más aún para la dominicana en particular la francomacorisana.
Sus fuentes y ciclos de reproducción comienzan en las familias rotas cuyos padres asumen muy poca o ninguna responsabilidad frente a sus hijos que crecen sin vigilancia, ni con los apoyos necesarios de una crianza digna.
La droga es un negocio maldito porque se desarrolla bajo el argumento de que por falta de empleos o fuentes de trabajo, quienes la trafican y promueven lo hacen como actividad económica, pero esa labor destruye los valores que sustentan la sociedad, la vida de los consumidores y enormes sufrimientos a sus familiares.
Tan maldito es el negocio de la droga que hasta las informaciones en su contra la promueven. Por ejemplo como su consumo está prohibido, cuando se informa que una persona ha sido apresada con una pequeña cantidad de droga valorada en una alta suma de dinero, en quien leyó o escuchó la información se despiertan la curiosidad y la codicia.
Es más, con solo decir: «No a la Droga» se le está promoviendo por aquello de que el ser humano gusta de lo prohibido.
EL JAYA propone afrontar con seriedad y creatividad el tema de la droga, asumiéndola como tarea de toda la sociedad.
Hay que planificar permanentes cruzadas de educación sobre la droga con programas y campaña en los que participen los gremios de profesionales como sicólogos y siquiatras, juntas de vecinos, grupos sociales, las iglesias y personas que sufren el drama de lidiar con un familiar dañado por la droga.
Se trabajaría por comunidades, barrios, urbanizaciones y residenciales en locales comunitarios, escuelas, iglesias o visitas casa por casa a manera de comisiones misioneras.
Como metodología, además de presentar los diferentes tipos de drogas ilícitas, deben presentarse testimonios con imágenes de casos, relatos de familiares o con personas en vivo que puedan narrar sus experiencias.
Entendemos que una familia que sufre o ha sufrido las consecuencias de la droga, es seguro que esté dispuesta a relatar y aconsejar a otras para que eviten iguales sufrimientos.
Cada ciudadano puede aportar ideas que puedan resultar creativas de cómo debemos educar para prevenir el consumo de droga.