El 15 de agosto del 2122 República Dominicana se volverá a congregar para celebrar reverentes, ante el cuadro de la Virgen de la Altagracia, los 200 años de su Coronación Canónica. Dos centenarios es bastante tiempo y, como en esta ocasión, los principales actores serán otros; pero podemos estar seguros de que muchas cosas que se han repetido en las dos primeras convocatorias permanecerán en una tercera, porque lo que motiva a los fieles a celebrar estos acontecimientos es la fe y la confianza en el poder de intercesión de María de la Altagracia.
Un hecho que quedará en la historia personal de muchos fieles, que quizá quisieron ocultar a través de una espiritualidad íntima entre ellos y la Virgen, fue el descubierto por la Comisión Organizadora, revelado durante la Misa de Acción de Gracias y reunión de evaluación y que, sin embargo, llenó de ternura y de fe a más de uno de los presentes, a quienes nos puso la piel de gallina, cuando se presentó una canasta repleta de papelitos con peticiones, ruegos y acción de gracias al Señor, por intercesión de la Virgen.
Monseñor José Dolores Grullón Estrella, Presidente de la Comisión y quien presidía la Eucaristía, solo atinó a levantar aquellas humildes peticiones, por encima del altar de la Capilla de la Conferencia del Episcopado Dominicano, para que, igual que cada fiel los colocó en los cepillos de la colecta de la Misa en el Estadio Olímpico, presidida por el delegado papal Monseñor Edgar Peña Parra o en diferentes lugares por donde pasó la imagen de la Virgen, ahora sean recogidas en el cielo por el mismo Señor.
Este gesto tan humilde y sencillo, de un pueblo creyente y devoto, que los organizadores nunca imaginamos, contiene el más alto grado de teología y fe; recoge la mayor unidad y plenitud que puede manifestar un Pueblo: juntos Dios-Jesús-su Madre, el Papa-los obispos-el clero y los fieles, las autoridades civiles y militares, y, como si no bastara, nos hace sentir que el arco de 69 metros de altura que se alza imponente por encima de la Basílica y de toda la ciudad de Higüey, ahora unió a todo quisqueyano, sin importar el lugar donde se encontrara, en el país o fuera de él, e hizo del Santuario de la Altagracia, el hogar de todos los hijos dominicanos de la Virgen, que acogió a todo un pueblo engalanado por el tricolor cuadro de la Virgen, mismas tonalidades que ella donó a nuestra fe y a nuestros símbolos patrios.
Te presentamos, señor, a esas personas humildes que se abrieron paso entre la multitud y, papelito en mano, cual hemorroísa del Evangelio, pensaron que, depositando estos deseos silenciosamente, tocarían el manto de Jesús y sus ruegos serían escuchados (Mc 5,21-43). Jesús ya conoce esas peticiones, la Virgen se las presentó y nosotros pudimos sentir la fuerza de la fe en cada súplica.