Mi madre mintió durante mucho tiempo y no la culpo, ni le guardo resentimientos. Nos hizo creer a mis hermanos y a mí, que amaba comer el pescuezo, las costillas y la colita de pollo. Convenció a mis hermanas de que no le molestaba que ellas pudieran usar sus zapatillas y hasta sostenes mientras desarrollaban.
Se esforzó por dejarnos saber que para ella no era problema que hiciéramos nuestras las cosas que le pertenecían.
Recuerdo muy bien que nos comentaba que ya no quería comer más porque se llenaba muy rápido, cuando en realidad lo que procuraba era que mis hermanos y yo comiéramos lo suficiente.
A mis 13 años a ella le habían traído unos tenis Adidas muy lindos. Eran de color lanco y ella los presumía porque eran su perfecto sise. Me hace sentir egoísta recordar que se los pedí y me los dio. En menos de 24 horas ya decía que no le gustaban, solo para que yo estuviera contento con su regalo para mí.
Ella siempre quiso que fuéramos lo primero en su vida, logró demostrarnos que éramos su prioridad.
Cuando pienso en este título, me llenó de nostalgia porque en cada cosa vivida en casa puedo notar un alto grado de sacrificio. En cada acción busca agradarnos y hacer que nos sintamos bien, importando poco su satisfacción propia.
Una madre mentirosa es aquella que se reserva penas que podrían afectar emocionalmente a sus hijos, porque estos no están listos para asimilar algunas cosas de la vida, es aquella que deja de vestir para que sus hijos puedan hacerlo.
Una madre mentirosa, valora estar cerca de sus hijos mientras estos más la necesiten, aunque esto signifique renunciar a salidas y reuniones en las que le hubiera gustado estar.
A una mentirosa no le importa dormir incómoda si sus hijos están cómodos.
Saca de su boca el pan para llevarlo masticado a la boca de sus hijos.
Suele levantarse más temprano y acostarse más tarde.
En fin, mi madre mentirosa es tan buena, que ahora intenta mentir a sus nietos.