Los ríos, el bosque, las aves, los animales y el sonido musical de los grillos y los pequeños insectos confluían con el verdor de la yerba y los multicolores posados en las alas de las mariposas. Centrado en la fluencia verde y primaveral de las costas del río Boba afluente desembocada en las bravías olas del mar Caribe. Allí a poca distancia de ese océano inmenso e interminable rodeado en parte por las abundantes palmeras y cocoteros en calladas en la costa Nordeste Atlántica existía una pequeña casa compuesta de madera del bosque piso de cemento y tres habitaciones donde se desarrollaba el calor de una familia compuesta por seis miembros. Ahí observe los primeros rayos del sol saliendo acurrucado siempre por el ferviente amor de una madre y un padre que al cantar de los gallos siempre se ponían de pie para dedicarse a las labores cotidianas campesinas al rugir del viento siempre dispuesto a conectarse con el verdor de la yerba donde nos esperaba un hermosa criatura a quien le habían prohibido por unas cuantas horas acariciar su hijo para manar en la mañanita por el esfuerzo de mi padre un líquido natural fomentado por el alimento de esa misma yerba verde que se convertiría den el alimento esencial de la mañana acompañado generalmente de un polvo guayado extraído de una mata con granos abundantes que servía de componente para proporcionarnos ese sabroso alimento que junto a la leche y al maíz nos llenaba de energía para dedicarnos uno a las labores de estudio y otros a los quehaceres propiamente del campo.
Contenido esencial de toda familia rural que al amparo del padre de familia mancornaba dos bueyes para abrir la tierra contentiva del negruzco color natural significando que ninguna contaminación había llegado hasta ella lo que permitía que una vez transcurrido ese proceso brotaban las plantas que nos servirían de sustento basándose su crecimiento en el agua y el viento que bellamente la empujaba para darle el crecimiento y la madures que a la postre se convertirá en el punto esencial de alimentación sana. Ahí crecí bañado siempre por aguas naturales, alimentos sanos y ajenos a toda contaminación, era por allá por los años 60, donde la convivencia sana y el bienestar familiar basado en la producción agrícola era la forma natural y social mediante la cual nos enseñaron a relacionarnos. Nunca herir la naturaleza siempre respetar las plantas tanto así que nadie osaba en lanzar un objeto contundente contra un mango, una guayaba, un caimito, o cualquier otro fruto sin que antes hubiese llegado a su madurez; respeto por las caudalosas aguas de los ríos que eran sigilosamente cuidadas libres de cualquier contaminación y así expresaban sus bellas aguas el recorrido natural del que disfrutábamos con tanta alegría y reunión familiar.
El sacrificio adornaba la vivencia de cada hombre y en nosotros siendo niños la esperanza de prepararnos para enfrentar lo que sería la nueva vivencia de la sociedad, todos los días por la mañana después de un sabroso alimento y una profunda oración familiar nos encaminábamos al aula donde allí no esperaba nuestro segundo padre, el maestro hombre generalmente de profunda experiencias y seguridad moral quien nos aglutinaba como verdaderos polluelos esperando el abrigo de la enseñanza que nos haría cada día más preocupados por el conocimiento.
No eran construcciones lujosas eran pequeños espacios a veces con pisos de tierra cobijado de zinc y hecho te tabla de palmeras y pupitres construidos todos en madera donde existía un sumo respeto y una dedicación objetiva por el deseo de aprender, solidaridad amistad sana, oración, dedicación y absoluto respeto era el ambiente que primaba.
Sociedad hermosa y revestida de un ambiente festivo donde el color de las rosas, la abundancia de los animales y el alegre sonido de las aves caracterizaban nuestra sana convivencia. Allí en el campo donde todo se resolvía en un ambiente de respeto y admiración, donde el sacerdote fungía como juez consejero y el profesor como segundo padre, allí nos desarrollamos, ambiente hermoso y rico donde a nadie le faltaba nada porque el deseo de servir y de compartir estaba a flor de piel de todos aquellos que moraban en una comarca. Así fue en Las Gordas comunidad perteneciente a la provincia María Trinidad Sánchez donde el fluir de las olas del mar y la belleza natural contrastaba con la hermosura y el bienestar de la sana convivencia y el bienestar.