Miranda es un nombre femenino de origen latino que significa naturaleza exuberante, pletórica. Miranda es también un nombre precioso, con suave cadencia y fina sensualidad de mujer.
Con esta denominación hay una ciudad en España, Miranda de Ebro, un estado de Venezuela, el de Miranda, y también fue el de una artista brasileña, Carmen Miranda, famosísima entre los años 30 y 50 del pasado siglo, por sus vibrantes canciones, sus bailes arrolladores y por los originales tocados que lucía con estilo único en la cabeza. La República Dominicana, que goza de un clima y una vegetación envidiable, tiene asimismo una loma muy bella llamada Miranda, ubicada a pocos kilómetros de San Francisco de Macorís, y que desde hace algún tiempo está en el centro de atención de la vida nacional.
A Loma Miranda, la están mirando muchos ojos, por su belleza y su importancia ecológica, pero sobre todo por la gran riqueza aurífera, que al decir de los expertos, posee en sus doradas entrañas. La mira, con deseo, el Gobierno necesitado de dinero para salir del agujero negro de una economía deficitaria que amenaza con tragarse su permanencia en el poder. Miranda, es en estos delicados momentos, la espada de Damocles que pende sobre la cabeza de los mandatarios. Por un lado del filo, están las ganancias que pueda obtener, cifradas en miles de millones de dólares, y por el otro, el rechazo de la inmensa mayoría de la población, plantada de firme contra el proyecto.
Tremenda dualidad, pues como reza el dicho popular, la miseria tiene cara de hereje y, en este caso, el hereje tiene aún mayor cara de miseria. A Miranda la miran, con mucha ambición, las firmas internacionales, siempre fieles a sus objetivos de obtener los máximos beneficios mercuriales, con sus propios estudios sobre impacto y sostenibilidad, y sus siempre fieles argumentos de que de las minas no perjudicarán el medio ambiente, y que constituirán un gran aporte para el desarrollo de la población. Pero al final de cuentas, cuando se agotan los recursos y se cierra el boliche, los beneficios suelen traducirse en pírricas aportaciones a las comunidades, y en una disimuladora capa de tierra y grama para tapar sus desafueros.
A Miranda la miran, con alarma, los grupos ecológicos y ambientalistas que con sus habituales gritos lanzados al cielo y sus rasgaduras de vestimentas – en este caso más que justificadas – nos previenen sobre los daños irreparables que se producirían en el medio ambiente, afectando la flora, la fauna y contaminando las reservas acuíferas de la zona, que tanto necesita el país. El futuro del mundo está en el agua, y de manera urgente hay que preservarla, nos lo están diciendo de forma reiterada los científicos y, sobre todo, nos lo advierten las numerosas hambrunas y sequías que se producen en de manera inusual en el planeta.
A Miranda, la están mirando, frotándose las manos, empresas locales que se beneficiarán de manera colateral con servicios y bienes necesarios que las operaciones de extracción y procesado conllevan, y por ello tratan de presionar todas las instancias para que el proyecto se apruebe lo más rápido posible. Ante la fuerza de la riqueza, como tantas veces sucede, un patriotismo de hojalata, se quiebra.
A Miranda, la miran con ambigüedad, muchos medios de comunicación. Algunos, con los ojos entornados para no ver la realidad de lo que está pasando y, otros, con los ojos bien abiertos informado y alertando a viva voz y minuto a minuto, sobre el peligro que acecha.
A Miranda la miran, con cariño, con miedo y con enojo, millones de dominicanos que pueden volverse en un instante en contra del Gobierno, y que se no se explican cómo Loma Miranda aún no se la ha declarado parque nacional, o se ha dado carpetazo definitivo a este tema. De una sola y firme decisión depende todo el asunto.
Pero como decía el gran escritor Francisco de Quevedo, poderoso caballero es Don Dinero. Demasiado poderoso, caballero. Demasiado.