Cuando una nación imperial, el caso de los Estados Unidos, invade bajo cualquier excusa prefabricada, “arma de destrucción masiva”, que nunca aparecieron, a Iraq, unilateralmente, sin consultar ni acogerse a una resolución de un organismo internacional como las Naciones Unidas, de la cual es miembro signatario, podemos hablar de intervención, no guerra, como en principio trató la Administración Bush de confundir al mundo.
La agresión armada a territorio iraquí por una denominada coalición, a la cual se sumaron en un peonazgo servil algunos gobiernos de América Latina y el Caribe, a excepción de países que se mantuvieron neutrales por respeto al principio internacional de la no intervención, tuvo una rápida reacción del fundamentalismo islámico, pues la religión musulmana sustentada en el Corán, libro sagrado de los mahometanos, tiene un espectro dominante en el Medio Oriente, con millones de adeptos radicalizados por el fanatismo religioso.
Al radicalismo fundamentalista hay que adicionar con válido peso otro elemento detonante, un legítimo sentimiento de los pueblos cuando su territorio es ocupado por el extranjero, el patriotismo que consecuencialmente exalta el nacionalismo, amor y defensa por la Patria, lo que dio lugar a la resistencia y guerra entre iraquíes, anglosajones y aliados.
A pocos días del inminente deceso del líder palestino Yasser Arafat, luego de breve estado crítico y reclusión en un hospital militar francés, el reelecto Presidente de los Estados Unidos George W. Bush en una comparecencia televisiva habló de posibilidades de paz entre las fuerzas beligerantes palestinas y judías, que tanta sangre ha costado a ambos pueblos por una contienda que no avista un final negociado.
¿Puede el presidente Bush hablar de paz entre palestinos y judíos, cuando Estados Unidos como potencia arbitral debe asumir un rol neutral y conciliador, actúa de manera parcializada a favor de una de las partes beligerantes, los judíos, avivando las hostilidades, apoyando las acciones militares contra ciudades palestinas?
La paz supone el cese de hostilidades, advenimiento, reconciliación de las partes en conflicto, ceder en posiciones y condiciones, y que cada una de las partes resulten en las negociaciones y acuerdos lo menos lesionadas posible: sin embargo, la Administración Bush no ha dado señales del interés y esfuerzos hacia esos fines.
El presidente Bush, ¡oh! contradicción, habla de paz en el mundo, mientras la aviación y artillería norteamericana, máquinas e instrumentos de guerra de la más avanzada tecnología, lanzan una intensa ofensiva militar contra la ciudad iraquí de Faluya, y sus objetivos no solo son insurgentes y terroristas como ellos llaman a los patriotas que resisten en las calles y demás focos de lucha, sino, y en un acto de genocidio, contra miles de inocentes de la población civil, víctimas atrapadas de los misiles y bombas.
George Bush, apoyado en la unipolaridad de los Estados Unidos, no hay otra nación que sirva de contrapeso, que en igualdad de condiciones pueda contener su desmedido belicismo, amenaza con intervenir a otros países, agredir a otros Estados que considera enemigos, lo que habrá de aumentar las tensiones y conflictos en otras regiones del planeta, amenazando con sus hitlerianas poses de momento las aspiraciones de paz de la humanidad.
Republicanos y Demócratas, la clase política de los Estados Unidos, cuyas únicas diferencias son sólo siglas y símbolos de los partidos que representan, coinciden en la supremacía hegemónica, política, militar y económica, deben entender que la política armamentista y guerrerista contra otros pueblos del mundo abre heridas y resentimientos colectivos, que no se puede seguir jugando a la guerra, a los chicos malos y usanza del viejo Oeste.
Que los dirigentes tienen que rectificar, socializar y democratizar su política exterior, mejorar y fortalecer sus relaciones formales con sus vecinos más cercanos y países de otras geografías del planeta; política, en esos términos, que norme la coexistencia pacífica, orientada al respeto, ayuda y colaboración técnica y económica, sobre todo a los más pobres.
De no ser así, la palabra Paz será una ficción, palabra muda, falacia con vicios de cinismo; una paz imperialista en labios de quienes promueven la intervención y la guerra, en vez de declarar la guerra a la pobreza de los pueblos, único medio de conseguir la paz y felicidad de éstos.