“Cuando acabe este verso que canto yo no sé, yo no sé madre mía, si me espera la paz o el espanto, si el ahora o el todavía, pues las causas me andan cercando cotidianas invisibles y el azar se me viene enredando poderoso invencible”.
Causas y Azares. Silvio Rodríguez.
Al ritmo de una melodía que toca lo incierto, la vida nos lleva y nos trae; nos lleva a creer en el cielo y ver en el firmamento lo divino; nos trae en la temible creencia del infierno y su fuego eterno. En este vaivén, como marca de la época, nos arropan sin misericordias las prisas, la soledad (a veces en compañía) y se nos impone un mundo donde simular es cosa de todos los días.
Como sujetos históricos, nos ha tocado construir un modelo social marcado por las fuerzas a veces irracionales del mercado, el reinado subyugante de lo financiero, el arrastre de la globalización y la pérdida progresiva de nuestra identidad cultural.
La ilusión colectiva se sustenta en el argumento consumista, en el que el ser humano “Light” parece ponerse de moda, atacándonos la enfermedad de la abundancia sólo para las élites y crecientes núcleos de poder atravesados como cuchillos por la corrupción y la impunidad.
Somos testigos de cómo se acrecienta la sexualidad vacía y sin rumbo, donde el juego de los papeles masculino y femenino con sus conocidas connotaciones explosivas de relaciones de poder, terminan frecuentemente en baños de sangre que lastiman la conciencia de la familia dominicana.
Los cambios experimentados en la esfera social, en la realización emocional, son revolucionarios, no en la superficie, sino en la profundida, basta hablar de las nuevas esclavitudes producidas por las adicciones a sustancias psicoactivas, la adicción a lo trivial, donde se propugna por la ley del mínimo esfuerzo y de la máxima comodidad, de la sustentación cotidiana del paradigma nihilista (nada es nada), del hedonismo (culto al placer), la xenofobia (rechazo al extranjero), la discriminación social, de nuestro avergonzante antihaitianismo y de nuestros gustos caros y burgueses en una sociedad donde lastima la pobreza, donde impera la violencia y escasea la institucionalidad.
Esta realidad crea un impacto en el ser humano: depresión, angustia, suicidio, conflicto y hastío existencial. Por ejemplo, la depresión es la principal causa de consulta psiquiátrica: de cada 10 personas que acuden al consultorio, 6 están deprimidos.
Ante tal situación, tenemos la responsabilidad individual y colectiva de ser compromisarios con las luces e iluminar el entorno desde distintos ángulos. Comencemos por cultivar todas las riquezas personales para nunca, nunca tener que decir “ella, la maldita alma”, pues al fin y al cabo, quién no ha vivido penas que parecen interminables, agobios ante los cuales sentimos perecer, quién ante una separación no lo arropa un profundo sentimiento de pérdida o frustración que solo el tiempo con su empecinada claridad puede superar.
Construyamos nuevas coordenadas imbuidas de valores imperecederos, cuyos códigos de conductas sean amplios, de perfiles nítidos que hagan más digno al ser humano contemporáneo y hacer ajena la sentencia de homo homini lupus “el hombre es lobo para el hombre”.
A la vida, con todas sus incertidumbres, vamos a darle nuestra mejor sonrisa, ¡brindemos por ella!, disfrutemos a plenitud la magia de vivir, pues como dice la canción, no hacen falta alas para alzar el vuelo. Entonemos en nuestros corazones cantos de esperanza, cultivemos la solidaridad y construyamos con pasos firmes el futuro. Por mi parte, lo mejor está por venir. Así lo siento.
La autora es Socióloga-Educadora