Pensaba yo cierto día que mi saber no era poco;
más deduje que era un loco en creer que algo sabia,
Pues, si Sócrates decía, allá en épocas pasadas, con modestia no afectada,
“solo sé que nada sé”,
con justa razón diré: “Yo ni aun sé que no se nada”.
⎯ Fragmento de poema “Mi saber”, de Pablo Pumarol.
El poema «Mi saber», atribuido a Pablo Pumarol, sirve como un evocador punto de partida para adentrarnos en las profundidades de la filosofía, donde la dimensión ética y el conocimiento se entrelazan en un intrincado tejido de reflexión y búsqueda constante. Estas breves líneas invitan a una introspección profunda sobre la naturaleza misma del saber y su relación inextricable con la ética, recordándonos con humilde elocuencia la máxima socrática de que la verdadera sabiduría reside en la aceptación de nuestra propia ignorancia; esto como punto de partida para abrirnos a la posibilidad del conocimiento y a la exploración de nuestras posibilidades.
La filosofía no tiene más límites que la conciencia de sus propios límites, pero esa conciencia se alcanza por la desenfrenada búsqueda de lo ilimitado; lo que supone el rechazo de lo superficial y una mirada crítica que implica un esfuerzo por defender la verdadera esencia del humano, que es su conciencia de ser: limitado e inmenso, imperfecto en medio de tanta perfección, carenciado en medio de tanta abundancia, finito en medio de tanta infinitud; en definitiva, un ser inmensamente pequeño, pero el único que tiene la grandeza de preguntarse por la totalidad.
En este poema, se esboza una dualidad fascinante entre la confianza inicial en nuestro conocimiento y la consciencia lúcida de los límites y fragilidades de dicho conocimiento. Esta dualidad es un recordatorio elocuente de la complejidad inherente al proceso de búsqueda del conocimiento y de la importancia crucial de la humildad intelectual en este viaje filosófico.
Al adentrarnos en la reflexión filosófica sobre la ética, nos encontramos con un vasto y complejo paisaje de cuestiones morales, valores y principios que han sido objeto de estudio y debate a lo largo de los siglos. Desde los diálogos platónicos hasta los tratados éticos de Kant y las reflexiones contemporáneas sobre la justicia y el bienestar social, la ética filosófica nos invita a explorar los fundamentos mismos de la moralidad y a cuestionar nuestras suposiciones y prejuicios sobre lo que es correcto y lo que es incorrecto.
En el corazón de la ética filosófica yace la búsqueda de la virtud y la excelencia moral, así como el examen crítico de nuestras acciones y motivaciones. Desde la ética deontológica de Kant, que enfatiza el deber moral y el respeto por la dignidad humana, hasta la ética utilitarista de Bentham y Mill, que se centra en la maximización del bienestar general, la filosofía ética nos desafía a reflexionar sobre nuestras decisiones y sus consecuencias, así como sobre los principios que guían nuestras vidas.
La relación entre ética y conocimiento es una de las cuestiones más fascinantes y complejas en el ámbito de la filosofía. Desde los diálogos de Platón hasta las obras de Nietzsche y Foucault, los filósofos han explorado la conexión entre nuestra comprensión del mundo y nuestras acciones morales. En la medida en que nuestra ética se basa en nuestras creencias y valores, el conocimiento desempeña un papel fundamental en la formación de nuestro carácter moral y en nuestras decisiones éticas.
La filosofía pues, es una necesidad intrínseca con el ser sujeto, una urgencia para interpretar la realidad, para fijar conceptos, parta definir criterios, para ser artífice del propio caminar; pues, como diría Giordano Bruno: “El filósofo, aunque nada posea, siempre será dueño de su propio destino”. Es la filosofía entonces la ciencia de inquietud perpetua hacia la verdad y el arte de saber ser un ignorante, sin dejarse atrapar por la ignorancia.
En la sinfonía de la existencia, la filosofía se erige como la partitura que guía nuestra comprensión del ser y la ética como la armonía que da significado a cada nota de nuestra vida. En el eco de las palabras de Sócrates y el verso de Pumarol, descubrimos la paradoja fundamental de nuestro conocimiento: cuanto más sabemos, más conscientes somos de nuestra ignorancia.
La filosofía, como el faro que ilumina la vastedad del pensamiento humano, nos invita a una danza constante entre la seguridad de nuestras convicciones y la humildad de reconocer los límites de nuestro entendimiento. Es el arte de tejer la conciencia del sujeto con los hilos de la reflexión ética, creando un tapiz que resalta la importancia de la virtud y la excelencia moral.
En este viaje intrépido hacia la verdad, la ética emerge como la brújula que nos guía en la travesía de nuestras decisiones y acciones. Desde los antiguos diálogos hasta las modernas disertaciones, la ética filosófica nos desafía a cuestionar, a evaluar y a buscar el valor de lo bueno en la búsqueda constante de la excelencia moral.
En este universo filosófico, la humildad intelectual se erige como la piedra angular que sostiene el edificio de la sabiduría. Reconocer nuestra ignorancia, estar dispuestos al diálogo y a la crítica, son las herramientas que forjan una ética del conocimiento, una ética que valora la honestidad intelectual como precursora de la búsqueda auténtica de la verdad.
En el escenario contemporáneo, donde la velocidad del cambio desafía nuestra capacidad de reflexión, la filosofía se enfrenta a una encrucijada crucial. Sin embargo, su esencia, arraigada en la conciencia del sujeto y la ética reflexiva, revela su atemporalidad. En un mundo interconectado y diverso, la filosofía debe adaptarse sin perder su esencia, guiándonos con principios conductuales anclados en una reflexión profunda, siempre cuestionando y reinterpretando el sentido de nuestra existencia.
En el juego dialéctico de Descartes, que nos insta a pensar para existir, encontramos el eco de la filosofía misma. Al final del día, la filosofía nos otorga la conciencia de sujeto, nos invita a ser artífices de nuestra interpretación del mundo, a ser maestros de nuestra propia sinfonía existencial. En la encrucijada de la reflexión ética, se revela como el faro que ilumina el camino hacia la comprensión más profunda, hacia la esencia misma de lo humano.
Así, en la travesía constante de la filosofía hacia la conciencia del sujeto, hallamos no solo el conocimiento, sino la esencia de nuestra humanidad, el arte sublime de ser y de preguntarnos, en cada compás de nuestra existencia, qué significa vivir una vida orientada hacia el valor de lo bueno.