Como es de costumbre, en este patio nuestro se gusta mucho de hacer reperperos y aspavientos mediáticos por cualquier cosa que pueda suceder, pues la rutina política y el hastío la vida tan compleja que llevamos nos tienen bastante aburridos, y de alguna manera hay que entretenerse cuando aparece un tema nuevo y picante.
Ahora, le ha tocado estar en el candelero al impuesto por Internet a las compras de hasta 200 billetes verdes, es decir, los tan amados, buscados y perseguidos dólares gringos.
El asunto ya se venía cocinando por lo bajito -y no tan bajito- desde hace tiempo, pues hay una buena tajada de dinero del contribuyente por donde el Gobierno pude cortar para sus siempre necesitadas arcas.
Por un lado, apareció el Director de Aduanas diciendo, a lo macho, que el asunto iba por encima de todo, a salto de garrocha, inclusive de cualquier norma legal, y después, ante el aluvión de críticas llovidas por todos los lados, compareció en una emisora como científico de la materia, dando explicaciones profundas y sesudas de por qué deben aflojarse los bolsillos de los ciudadanos. También apareció el apoyador Ministro de Hacienda, respaldando y justificando estas medidas, porque su oficio esencial es el buscar cuartos, y los olfatea por donde los haya, ya sea que estén debajo de las piedras, o en el fondo del mar, y por esa vía sabe que hay varios miles de millones por recaudar, y por nada del mundo se va renunciar a esa suculenta tajadita.
También han aparecido juristas del bando particular diciendo que esos impuestos son ilegales, que si son inconstitucionales, que si esto, lo otro y lo de más allá. Los economistas, que no suelen faltar como pontífices en este tipo de polémicas, hablando del RD-CAFTA y sus consecuencias entre la competitividad de los mercados, que si el impuesto va a beneficiar o no, que si los precios se sincerizan, sobre los efectos de la oferta la demanda y esos términos complejos que sólo ellos entienden. Después están los fabricantes y comerciantes, un tanto en segundo plano, más bien moviendo los hilos entre bastidores, quejándose de se trata de una competencia ilegal que afectan sus ventas y sus intereses.
El que no ha aparecido tanto es el comprador, tan a menudo indefenso y abusado en nuestra sociedad, ese señor y esa señora que sólo buscan ahorrarse unos cuartos muy considerables, accediendo a mercados exteriores más racionales y competitivos. Y, por último, el Presidente del país, el ampaya mayor que podría tener la última palabra, pero en su ya peculiar estilo de gobernar se mantiene haciéndose el sueco y al margen de todo este rifirrafe, porque el resultado final esperado le conviene, y si las medidas son impopulares, se canalizan hacia sus funcionarios que las idean y ejecutan. Sabiduría política.
Bien, el caso es que ya se han impuesto los impuestos, y el comprador de esa franja de 200 dólares pagará nada menos que 38%, todo un señor número que pretende ponerle freno a las compras por vía virtual, que han tenido un gran auge en los últimos tiempos. Aunque no sucederá nada porque en Nopasanadalandia estamos acostumbrados a soportar pacientemente cargas impositivas de todos los tamaños, como los de los combustibles, o los pasajes aéreos, que son nada menos del orden d 50% de su precio.
Pero lo que no se ha sacado demasiado a relucir son los márgenes de ganancias netas de muchos industriales y comerciantes locales que duplican, triplican o hasta cuadruplican los de los productos importados por la Internet desde los Estados Unidos, por ejemplo. ¿Cómo se justifica que una pieza de un carro sea tres veces más cara aquí, que traída desde Miami? ¿Cómo se justifica que una medicina comprada en España valga seiscientos pesos y en esta República de nuestros dolores la misma se venda a más de tres mil? Sabemos que hay determinados costos de transporte, almacenamiento, aduanas y comerciales, pero no justifican el mayoría de los casos estas exorbitantes diferencias.
Cuando usted compra por Internet, los productos el vendedor también paga también un transporte, a veces doble porque se han fabricado en Europa o el Lejano Oriente, y además ganan su margen comercial. Como sea, ahí está el 38%, al principio habrá un frenazo a las compras por la Internet, pero poco a poco volverá a reanudarse porque aún así en muchas ocasiones saldrá más a cuenta que comprar en plaza, y los consumidores buscan defenderse.
Lo hemos señalado en otras ocasiones, los fabricantes y el comercio dominicano, víctimas de su propia ambición, se están suicidando. Que no nos vengan hablando otra vez de impuestos, de Internet y de otras hierbas, por cierto, nada aromáticas. Estamos hasta las narices de todo ello.