Todo el mundo quiere tener éxito y bienestar en su vida. Algunos, para lograrlo, se proponen metas, ideales y planifican su tiempo a corto, mediano y largo plazo. Hay quienes para alcanzar sus propósitos trabajan incansablemente día y noche, ahorran dinero, buscan asesoría. También encontramos personas que para llegar a la cima apuestan a los juegos de azar, visitan brujos, acuden a la hechicería, etc. De igual modo, están esos que piensan que para triunfar solo es necesario tatuarse una imagen de seres divinos, llevar el rosario en su cuello, o comprar fotos de santos y tenerlos en su casa.
La sociedad está llena de diversidad de pensamientos y criterios. Vivimos en un planeta donde cada uno es hijo de su época y seguidor de sus creencias, ya sean ateas o religiosas. Nos encontramos justamente en un contexto histórico donde se inventan cada vez más nuevas formas de acercarse a Dios. En ese sentido, existen personas que como no tienen claridad ni mucho menos objetividad a la hora de aproximarse a Dios, usan formas y categorías humanas para tenerlo a su imagen y semejanza.
Por eso hoy es fácil encontrarse con personas que consideran a Dios como un amuleto, un objeto de buena suerte, un ser celestial que concede milagros o uno que, al igual que Aladino, tiene su lámpara mágica y está esperando que los individuos se acerquen a pedir sus tres deseos para cumplirlos. Sí, a ese extremo hemos llegado, a meter a Dios en nuestra mezquina y prejuicios manera de verlo. Pues, hemos creído que Él piensa literalmente como nosotros, que tiene un corazón humano, de manera que se deja seducir con facilidad y prontitud cuando es abordado por los seres humanos, porque debe concederle todo lo que piden y desean.
Hay que bajarse de las nubes. Dejar de construir nidos en las ramas y eliminar la ingenuidad y la creencia de que podemos engañar y burlarnos de Dios, somos si fuera un tonto o un bobo que no sabe la mala costumbre y la astucia que tienen las personas. Lo ideal y práctico sería aprender a vivir y tener los pies en la tierra, ser realista y comprender que, aunque las cosas no se consiguen con tanta facilidad y rapidez como pretendemos obtenerla, es mejor sostenerse de lo seguro, aunque cueste, duela y quite el ánimo en diferentes ocasiones.
En definitiva, cambiemos de mentalidad, pasemos del Dios amuleto al Dios que nos da la fuerza para enfrentar cualquier situación humana, compleja y difícil de vencer. Aprendamos a no tener miedo, a levantar la cabeza y a respirar profundo para luego continuar, porque lo que fácil llega, fácil se va. Por tanto, pasemos de la suerte a la fe, de la comodidad a la paz interior, de lo superficial al trabajo duro y satisfactorio, ya que al final, lo que nos dará la felicidad y gratificación son las huellas dejadas en el camino y las experiencias de vida acumulada, y no las supersticiones creadas en nuestra mente.
P. Luis Alberto De León Alcántara