El rosario es una oración mariana con un gran contenido cristológico. En cada misterio proclamamos y recordamos la vida de Jesús. En el rosario hacemos todo un recorrido de salvación y redención en los diferentes acontecimientos de Cristo; desde su nacimiento en una gruta de Belén hasta celebrar el Kerigma: su Pasión, Muerte y Resurrección.
En esta oración sencilla y repetitiva, mientras anunciamos un episodio de Jesucristo, saludamos a María de la misma manera como la saludó el ángel Gabriel cuando le comunicó la misión de ser la Madre del Salvador del mundo. Sabemos que el único mediador que existe entre Dios y los hombres es Jesucristo. Ahora bien, con el rezo del santo Rosario nos acercamos a María para que ella nos lleve a Jesús. María se convierte en ese puente que nos aproxima a lo celestial.
Ella, en su vida mortal, vivió y experimentó todas las realidades por las que pasamos los seres humanos, por esa razón comprende y entiende perfectamente nuestras luchas, caídas, limitaciones humanas y espirituales.
Por eso podemos decir con seguridad que, el rosario es una oración de confianza y para perseverantes; una súplica desde la humildad y para los humildes. Quien reza el rosario no lo puede hacer con orgullo ni mucho menos con vanidad, porque se encontrará aburrido, sin sabor y sinsentido; pensará que está perdiendo su tiempo. En cambio, aquellos que lo realizan con el corazón en las manos, presentando todo lo que son y lo que tienen en su interior, encontrarán la paz, el consuelo y la fe suficiente para ir superando los obstáculos encontrados a lo largo de su caminar.
Son muchos los milagros, promesas y maravillas obtenidas a través del santo rosario. De aquí que no nos puede extrañar que Papas, obispos, sacerdotes, diáconos, religiosos y una cantidad inmensa de laicos, suelen sacar un momento en su rutina diaria para elevar una Avemaría; no solo para reconocer el puesto de María en la historia de la salvación, sino, además, para ver en ella la que diseña la ruta para vivir cada vez más cerca de su hijo Jesús. Pues, precisamente ese es el papel de la Bienaventurada: llevarnos de las manos a Cristo. Porque a María no le gustan los papeles principales, no le interesa ganar fama, solo busca ser la servidora de lo más necesitados.
Aprovechemos la oportunidad de tener a la Madre de Dios con nosotros. Saquemos tiempo para meditar en su vida y en su modo de estar al lado de su Hijo. Contemplemos su humildad, sencillez y disponibilidad en agradar al Creador. Busquemos su auxilio, pidamos que nos enseñe cómo amar y seguir las huellas de Cristo. Contemplemos a María, y veamos en su obediencia al Padre, la vía perfecta para obtener los dones del cielo que andamos buscando cada día. No tengamos miedo a la vida ni a sus pormenores, porque no estamos solos, con nosotros transita en nuestro recorrido espiritual, la madre de todos los cristianos.