Señor divorcio, qué equivocado estaba. Creía que los viejos o adultos mayores no se divorciaban, que era una opción de los matrimonios jóvenes.
Es una forma de corregir la libertad. Pedirle perdón a Dios por la frase el día de la boda: «hasta que la muerte los separe».
Señor divorcio, ignoraba que en los matrimonios hay cosas peor que la muerte. Ahora, con 72 años, la única forma de descansar en mi casa es metiéndome 200 metros bajo el mar, hasta volverme un pez y luego subir a la superficie y volverme a mi estado natural: una rumba de mierda.
Hace mucho que olvidé quién soy, especialmente después de que me operaron mi rodilla derecha. Me recordé de la frase de Friedrich Nietzsche cuando el médico me dijo que camine: «No hay hermosa superficie sin terribles profundidades».
Ahora que pongo todo en duda, no sé si voy para el cielo o el infierno, porque no hay cosa más dolorosa en esta vida que no tener un camino, un propósito, ni deseo de que termine la noche para que llegue el nuevo día, con toda su maldita rutina.
Nunca pensé que iba a ser parte de esta pobre masa que por el mundo sin saber qué es la vida ni el significado de la vida. Y estar así es la última mejor meta de la sabiduría de un viejo que quiere divorciarse.
Señor divorcio, quiero hacerlo porque ya no me importa ser un llamado triunfador. Me conformo con lo simple y pequeño, es lo único que le da fuerza a mi existencia. Mi mujer, después de casi vieja, es un barril sin fondo; no le importa los peces que tiene en la barca, sino la cantidad que hay en el mar. Ya no le importa el concepto del amor. Pensaste que el amor era todo, que se podía conseguir la plenitud a través del amor humano.
Ahora lo que queda en mi casa, soy parte de un museo con la foto del día de la boda, algunas copas de vino que eran de su abuela, la cama donde murió su madre, la pequeña sala de caoba donde comíamos gallina. Ahora los besos y abrazos que ahí se produjeron son palabras vanas, promesas vacías, pérdidas en la memoria del tiempo.
Señor divorcio, quisiera tener el deseo de rezar, de orar, de gritar a los cuatro vientos que ya basta. Que esta vida te abruma, te cansa, te desespera, pero no lo suficiente para provocar tu propia muerte, ni para desearla. Pero me siento como una hoja seca recién desprendida por culpa del otoño y soplada por el viento, sin saber dónde estará mi suave caída y volver en mí a la acostumbrada profundidad inamovible, la cual me produce dolor, pero lo ignoro por costumbre, es una forma suave de llevar la vida.
Señor divorcio, déjame dormir, quiero tener un sueño, tener la suficiente fuerza para subir el ancla de mi barco, que lo tire el día de mi boda para jamás volver a salir en búsqueda de un nuevo amor.
No quiero ser neutro; quiero ser responsable de mi destino.
Un buen marinero tiene dos opciones para morir, que lo sepulten en la tierra o lo lancen al mar, por su experiencia de vivir en la profundidad de la vida, para que los peces lo desnuden tal cual como nació.
Atentamente,
Manolo Bonilla
El divorciado