San Francisco de Macorís ha sido cuna por años de un escándalo lamentable: la intoxicación de niños en centros educativos, un episodio que desnuda la fragilidad de nuestro sistema de gestión educativa.
Este problema, que atenta contra la seguridad y la salud de nuestros estudiantes, parece importar sólo a algunos padres afectados, al gremio docente y a algunas agrupaciones populares, mientras que las autoridades del Ministerio de Educación han permanecido en una inercia irritante, tal vez para no afectar determinados intereses políticos.
La educación dominicana clama por líderes que no solo administren, sino que gerencian con sensibilidad y eficacia. Como advertía Michael Fullan en su libro Liderar en una cultura de cambio, “el liderazgo educativo debe ser transformador, basado en la capacidad de movilizar a otros hacia el cambio, no en la inercia burocrática que nos consume”. Lo cierto es que la incapacidad gerencial no solo nos está haciendo perder docencia, sino también dignidad institucional.
Un verdadero líder procura la cohesión, no denigra, no daña, no miente, no divide ni reniega de su misión y responsabilidad. Por el contrario, fomenta un ambiente de confianza, trabaja con su equipo, protege y escucha activamente. El proceso educativo requiere de líderes respetables, con autoridad moral, más que con poder impositivo; líderes que comprendan, que escuchen y que inspiren a trabajar con amor y pasión.
Hemos caído en la tentación de creer que la gerencia educativa se reduce a la ocupación de puestos burocráticos, a la pugna de egos y al “fronteo” de poder. Mientras tanto, el magisterio ha debido asumir la defensa de la salud y seguridad de los estudiantes tomando, incluso, acciones drásticas como la suspensión de docencia, unificando voces en un clamor que lleva más de 20 años sin ser escuchado.
El silencio cómplice y la indiferencia de las autoridades frente a esta crisis refuerzan la percepción de que la educación ha sido secuestrada por lógicas de conveniencia y cuotas de poder.
Los organismos de dirección del Ministerio de Educación han demostrado ser estructuras amorfas, incapaces de gestionar soluciones o siquiera de fingir una mínima preocupación. Parece que su mayor afán es esperar que el sindicato se agote en su lucha, en lugar de prevenir y remediar lo que afecta a nuestros estudiantes. Aún más doloroso resulta el papel de ciertos representantes de organismos “descentralizados”, elegidos por el dedo del poder para convertirlos en voceros oficiosos del gobierno, más interesados en sostener una narrativa oficial que en la salud de sus propios hijos.
Es lamentable ver cómo un sector de la sociedad civil, llamado a procurar la salud estudiantil, se convierte en comparsa de un sistema fallido, priorizando intereses personales sobre el bienestar de la niñez. Como bien apunta Hannah Arendt, “la banalidad del mal se manifiesta en la incapacidad de pensar y cuestionar el orden establecido, en la sumisión acrítica ante la autoridad, aunque esta atente contra los más vulnerables”. Esto nos lleva peligrosamente a la normalización de atrocidades a través de la conformidad y la deshumanización, quitándonos la posibilidad de cuestionar el sistema y sus acciones. Es más, muchos son llevados como zombis a asumir las órdenes del poder para “marchar” en contra de la lucha y justificar el mal.
El nuevo ministro ha de saber que, más que burócratas y administradores de cronogramas e informes, necesitamos líderes nacionales, regionales y distritales con visión, con coraje para gestionar crisis y con la convicción de que la educación no es solo un derecho, sino un compromiso con el futuro y, consecuentemente, con cada uno de sus actores: su salud, su dignidad, su seguridad y su bienestar.
Estamos convencidos de que se puede tolerar la ignorancia, pero no la indiferencia. Un sistema educativo sin liderazgo es un barco a la deriva. Hacemos un llamado urgente a la cohesión de todos los actores del sistema educativo.
Es imperativo que la Asociación Dominicana de Profesores (ADP) y las autoridades gubernamentales converjan en soluciones viables que garanticen el éxito del año escolar.
La educación no puede ser rehén de conflictos políticos o económicos, sino un compromiso común basado en el bienestar de toda la comunidad educativa. Los acuerdos firmados deben respetarse en su totalidad, asegurando que la salud, la seguridad y la dignidad de nuestros estudiantes y docentes sean la prioridad absoluta. Es momento de trabajar juntos, escuchar todas las voces y tomar decisiones responsables en favor de la educación y el futuro de la nación.
Ojalá el recién designado ministro de Educación acoja estas sugerencias de liderazgo efectivo, las promueva entre sus colaboradores y pueda trabajar con el magisterio y la sociedad en proyectos concretos y eficaces en favor de la educación. Es imperativo que su gestión se aleje del autoritarismo y la confrontación, y que, en cambio, fomenta la colaboración, el respeto y la búsqueda de soluciones sostenibles.
No permitamos que la arrogancia, la prepotencia y el grupismo sigan condenando a la educación a un letargo infame. La historia juzgará con dureza a quienes, teniendo el poder de cambiar la realidad, optaron por la comodidad de la inacción. Mientras tanto, sigo pensando que… Nos hacen falta líderes.