No vengo a tocarte para pedirte nada, sino para que me quites el peso de mi pasado. Quizás así puedo volar más ligero para lograr nuevos tiempos de vida, nuestra vida. Creo que soy diferente porque puedo analizar lo inútil de mi pasado. No le temo ofrecerte mi nueva vida. Juntos para el mañana. Así gritaba el pasado frente a la puerta, pero alguien que estaba cerca de ella le decía en voz alta: “No le abras al pasado, déjalo” seguir.
Señor pasado, alguien con una voz más pausada y toque menos violento en la puerta, con voz abrazada en un llanto de lágrima, me dice que soy el pasado. Si algo late en tu pecho es que estás hermosa y joven todavía. Y mi vieja amiga me dice: “Con fuerza, coño, no le hagas caso. Al pasado, deja lo que siga, no abras la puerta de nuevo”.
Está lleno de heridas que huelen mal por culpa de su irresponsabilidad en su desgraciada vida. Él mismo te gritará, como siempre, que busques sal para su herida, para demostrarte otra vez de nuevo su supuesta nueva vida.
Y sigue diciendo: “Soy yo, que un 14 de febrero te regalé dos pétalos de una flor rosa. La guardaste en las páginas de tu diario de vida. Sé que están secas y aplanados, pero yo soy el agua que le puede dar vida eterna. Déjame entrar que soy el pasado y me queda poca vida”.
Y ahora una voz de nuevo le dijo: “No seas pendeja, déjalo seguir, no lo dejes entrar, no tiene nada nuevo que decir. Es el mismo sucio que ensució tu alma de mujer santa. Es el mismo borracho arrepentido, el que te llenó de vómito y que ahogó las mejores ganas de varias buenas noches de una mujer joven con todas sus fuerzas entre sus piernas seductoras, empapada y mojada como Eva el día en que Adán le comió la manzana.
No le abras, tres veces te digo: “No lo dejes entrar”. Es la misma mierda que te dejó con tres hijos y uno en el vientre. Ese ni Dios lo perdona.
Señor pasado, ella, como todos los humanos, se quedó marcada con pequeñas huellas del pasado. Le dio nostalgia, se quedó con algunas lágrimas en sus ojos claros, ensayando cómo lanzarse por los viejos caminos de su mejilla. Le puso una canción de Anthony Ríos que se llama Señor del pasado y dice: “Señor del pasado, llegué a tu vida con los ojos cerrados. Puse mi historia en tus manos”.
Te quedaste parada, ahí parada. Me dice que duerme en sus sueños y sigue creyendo que soy tu dueño. Y usted sabe bien que no es cierto. Sigue, coño, tu camino. Dice ella: “Hace tiempo que moriste en mi alma sin que llegue tu tiempo”.
Señor del pasado, te recuerdo cuando te fuiste con la otra por la vuelta de México, llegaste, la cambiaste, dejaste la nueva. Y borracho me declamaba el poema del sur que dice: “Cada día al caer la noche duermo contigo, aunque ninguna de esas noches esté junto a mí”.
“Quien no sabe compartir, carece de emociones”, Mar Levi. Pero respeto tu tormenta, pero es tuya, no es mía. Chúpate los vientos y los truenos, las lluvias que son todas tuyas. A mí no me jodas. Sigue tu camino, pero el pasado, como todos los necios, le dijo: “Estoy en silla de ruedas, te propongo un amanecer cualquiera, aferrado de mi brazo, compartiendo una quimera. Te propongo que me quieras”. Santo de América. Y siguió diciendo el pasado: “Si me ves por alguno de tus pensamientos, abrázame que te extraño”.Julio Cortázar.
Y ella le respondió que en el amor y en la guerra todo se vale, menos arrastrarse. En la guerra se muere de pie y en el amor se dice adiós, con dignidad. Sigue tu camino, llega a tu meta, que no es la mía.
Atentamente,
Manolo Bonilla,
Señor del pasado.