Mi experiencia como profesional de la Publicidad se acerca a los 50 años ¡qué horror!, y en ese casi medio siglo aún sigo maravillándome, como si fuera el primer día, la capacidad que esta disciplina tiene para cambiar las cosas.
La Publicidad Influye sobre el comportamiento de las personas, las modas, los colores, las maneras de comprar y de consumir, las preferencias por los productos, y hasta impone ciertas coletillas con sus frases o eslóganes en del habla que perduran durante mucho tiempo.
Aún hay mucha gente que se acuerda y aún repite aquello de “ ¡y eso que tú no sabes nada, americana!” que hizo tan famoso una marca ron, o ¡esa mancha, esa mancha!” de aquel reconocido detergente, o el muy vigente aún de “este es un país muy especial” que lo pegó el genial Cuquín Victoria. Vamos a poner el ejemplo de los detergentes para corroborar el título del escrito.
Cuando yo era niño, la rueda era cuadrada, y el arco iris salía en blanco y negro, y ni se soñaba en ciencia ficción con los móviles, los Ipod, el internet y toda esa tecnología virtual que hipnotiza y hasta idiotiza a los muchachos de ahora. En esos entonces, la calle y el campo eran nuestra pantalla de diversión y el teclado para el esparcimiento.
Si uno, después de jugar a las canicas, arrastrase por la hierba buscando bichos, o subirse a los árboles para marotear frutas, llegaba a casa con unas buenas manchas…!zas! ¡zas! ¡zas! una buena pela de calzón quitao o un buen castigo le estaba esperando. Porque la limpieza era un símbolo social de dignidad, se podía ser pobre, pero también se podía ser limpio, y la ropa era el mayor exponente de esta creencia.
Pero ahora, la publicidad de los detergentes ha cambiado el chucho ante el hartazgo por parte de los consumidores, que ya no reaccionan igual ante los mensajes, los cuales llevan desde el tiempo de los fenicios diciendo prácticamente lo mismo: el mío lava más y mejor que el tuyo, y pasan a comparar dos camisas o dos sábanas saliendo de una lavadora, a ver cuál queda la más limpia. La del detergente de marca desconocida sale grisácea, opaca y hasta un tanto amarillenta, mientras que la del detergente que patrocina el comercial muestra un blanco celestial, refulgente y maravilloso. Ya se sabe, quien paga, manda.
Ahora, los publicistas, que se las saben todas, o casi todas, han cambiado radicalmente los argumentos publicitarios, que consisten en dejar que los niños se embarren de arriba abajo con lodo, con salsas de tomate, con platos de comida que los tiran y esparcen por todos los lados, grasas+, o cualquier otra suciedad, para que experimenten, descubran y aprendan desde edad bien temprana, las nuevas sensaciones que ofrece una vida más plena y sin demasiadas limitaciones.
Y todo ello, sin temor a recibir una reprimenda de sus progenitores, ni unos azotes corregidores en su baja parte trasera. Es más, al entrar en casa y dejar huellas o chorros de barro en el suelo o en los muebles, les espera la sonrisa y la caricia comprensiva de mamá y papá. Pero el cambio de guión no es tan desprendido ni gratuito como pudiera creerse, pues a más cantidad de manchas, más cantidad de producto a utilizar. Consumismo puro, un tanto disfrazado de altruismo.
Claro, que ojala la Publicidad hubiese inventado este tipo de argumentos hace sesenta años. ¡Cuántos ¡zas! ¡zas! Zas! nos hubiéramos ahorrado!