Sabemos que cuando un Presidente comienza, lo hace caminado con pasos vacilantes y con los ojos aún no abiertos del todo, como les sucede a muchos cachorros recién nacidos que, por inexpertos, suelen tropezar con la pata de una silla o se resbalan escalones abajo, y es por ello que a los mandatarios se les suele dar unos cien días de tregua, y también se les otorga el beneficio de la duda en sus primeros errores.
El actual Gobierno lleva sólo unas cortas semanas reinando desde la famosa silla de alfileres y apenas le ha dado tiempo ni para estornudar. Es por ello que los primeras medidas hay que darlas con mucho tiento, porque como dicen los expertos en imagen, la primera impresión es la que perdura más tiempo, y a veces ni siquiera se tiene una segunda ocasión para reparar los fallos de la primera.
En estos días iniciales, millones de miradas escrutadoras, y especialmente ojos opositores y miopes, están posados en el más mínimo movimiento del primer mandatario o de cualquier funcionario subalterno. De momento, y pese a lo breve del reinado, hay cosas que no han gustado a un amplio segmento de la población.
La primera de todas, es haber mantenido la mayoría de altos cargos públicos del gobierno recién salido, muchos de los cuales han sido muy cuestionados por causas diversas, que van desde la falta ética, hasta la comprobada ineficiencia de sus desempeños anteriores.
La segunda, es que se han producido nombramientos en puestos de importancia que, sencillamente, auguran más de lo mismo, y de lo mismo que no queríamos, pues algunos de ellos han recaído sobre figuras que deberían estar apartados de los sectores oficiales o de su periferia.
Sabemos que un Presidente como el actual debe tener muchos compromisos entre quienes le ayudaron en lo personal, en lo político, en lo económico, y con una campaña de inversiones y recursos sin miramientos, ni precedentes.
Pero ahora tiene la sartén por el mango y es él quién debe ejercer el poder desde el mismo inicio, salvo que se arriesgue a ser percibido que es manejado por las cuerdas visibles e invisibles del sistema anterior. Cuidado con el asunto de las yipetas de los jueces, no cayó nada bien a pesar de las explicaciones dadas en forma de «una oportunidad de precios» por parte de los beneficiados, ese no es un buen mensaje para una ciudadanía que está harta de este tipo de dispendios, detrás de unos lujosos automóviles están los chóferes, los abundantes combustibles, los mantenimientos, los costosos seguros, las reparaciones… Atención con lo del alumbrado del palacio, bueno es reducir gastos pero malo es llegar a la cicatería, nada más entristecedor que la oscuridad excesiva y más en todo un símbolo nacional, pues representa que el país está «apagado».
Bien hecho con la anulación de las tarjetas y otros gastos de los funcionarios, si es que eso dura o no se inventen otras artimañas para compensarlos. Excelente el asunto de acabar con el analfabetismo, aunque ese plan no debe quedarse en sólo saber mal leer y mal firmar.
Muy bien lo de reducir la «vicemistración aguda» que venían padeciendo los ministerios, seis de ellos por institución puede ser un número correcto, pero queda una incógnita ¿son, a cambio, nuevos directores generales con iguales sueldos? Si es así, serán los mismos funcionarios con distintos collares.
Bien por la reducción de generales de verde olivo, aunque esperábamos un mayor número. Por ahora algunas luces y algunas sombras, o lo que es lo mismo unas van unas de cal y otras de arena.
Esperamos que las primeras sean más que las segundas. Muchas más.