En el país hay un par de dichos populares bien simpáticos sobre nuestra realidad cotidiana, que reflejan algunas de las lacerantes desigualdades de nuestra peculiar sociedad.
Uno de ellos dice que estamos como el chinero «pelando para que otros chupen» y el segundo, de origen ganadero, afirma que estamos ¨ atajando para que otros enlacen ¨ ambos resumen el concepto de que uno no sabe bien para quién trabaja, y a quién le aportamos beneficios.
Por ejemplo, usted compra un chicle que sólo vale cinco pesos y seguramente no sabe, o no piensa, que algunos centavos suyos van para los bolsillos de un señor con un nombre y apellido raros, que vive a miles de kilómetros y que bien pudiera estar en esos momentos en un lujosísimo pent house contemplando un fabuloso panorama lleno de rascacielos, o tal vez a bordo de un tremendo yate en un viaje de placer por el Caribe, bebiendo champaña con bellas mujeres, a cambio de que usted y de otros cientos de miles o millones que compraron también ese tipo de producto, pongan a batir las mandíbulas, se endulcen por unos minutos el paladar o hagan los típicos ¨ globos ¨ que después de hacer ¡plás¡ vuelven a la paila bucal para ser masticados.
Pues bien, en el caso de los vergonzosos sueldos que algunos funcionarios disfrutan y de las aún más vergonzantes pensiones que de una manera u otra se amañan a la salida de sus cargos, y que constituyen una afrenta para un país donde la mayoría está en alguna de las punzantes líneas de la pobreza, está pasando algo similar.
Hay quien devenga sueldos de un millón y pico – pico grande, de loro – y pensiones de 800.000 pesos, cada treinta cortos días ¿Saben lo que los mortales deben hacer para reunir una pensión de esas dimensiones? Pues veamos, si usted tiene la suerte de ganar RD$ 40.000 al mes (que no todos la tienen, pues la gran mayoría gana RD12.000 y menos) después de dejarse las pupilas en una computadora, o dando rueda todo el día entre el impío tráfico capitaleño vendiendo productos o servicios, o aguantando a un jefe insoportable a quien uno estrangularía con gusto cada día a las seis de la tarde, el Estado se lleva unos 1.000 pesos por concepto de Impuesto Sobre la Renta -no contamos los otros que nos ¨ quitan ¨ por AFP ( pensiones) y SFS (salud)- y por lo tanto tendría que aportarlo durante 800 meses – más de 66 años – para pagar una sola mensualidad de retiro del afortunado funcionario.
Suerte que usted no está solo en estos menesteres, sino que hay setecientos noventa y nueve más (un pueblito entero) ayudándole con sus esfuerzos para que esos señores funcionarios puedan darse la gran vida por el resto de la misma, sólo por el hecho de haber ocupado un cargo durante unos pocos años, y además vaya usted a saber cómo lo desempeñó.
En la otra esquina de la inequidad está una maestra –entre millares de casos iguales entre el profesorado nacional – que después de cuatro décadas de fructífera labor pedagógica cobra una mezquina pensión de cinco mil pesos, que no dan ni para las medicinas que impone la edad. O unos cañeros que reclaman a oídos sordos, mudos y ciegos, desde hace años, su justo derecho a cobrar una jubilación pagada de sobras con su trabajo, su salud y su dinero.
Para lo que nos interesa somos un país pobre, y así se lo hemos dicho al mundo a través de la ONU, aceptando cualquier tipo de donación. Y también para lo que nos interesa somos el país más rico entre los ricos, pagando sueldos y pensiones que ya quisieran para sí presidentes y ministros de los países más desarrollados del planeta.
Por eso tenemos la sensación de estar como el chinero, pelando impuestos para que otros chupen rico. Y atajando estrés para que otros enlacen suave.