Así dice la letra de un popular merengue con mucho ritmo y sabor, y parece que en el país le hemos cogido el gustito a esto de hacer fiesta por cualquier motivo, ya sea por conmemorar efemérides patrias, batallas, natalicios de próceres, la independencia, la constitución o la restauración.
O por las fiestas religiosas, la Navidad que cada vez comienza en fechas más tempranas, los Reyes Magos a los que se llega con los bolsillos exhaustos, Semana Santa que cada vez se hace más larga y menos santa, Corpus Chirsti, las Mercedes, nuestra patrona, o la Virgen de la Altagracia con las promesas, caminatas y rogativas.
También hacemos fiestas por una celebración política o institucional, es el caso de la toma de posesión de presidentes, las votaciones, el día del trabajo, o por otros días que no siendo feriados, ya se toman por costumbre.
Ahí está el de San Valentín que por las mañanas se exhiben y comentan los vestidos, lazos y pañuelos rojos, las flores, los bombones, las felicitaciones, la comida de rigor y la tarde libre, porque ¿quién va a trabajar después de tanta hartura, besuqueo, amistad y cariño? Debemos mencionar, además, los días de las Madres y los Padres, que por suerte y mejor racionalidad, caen en domingo.
Asimismo, ya está instituido, aunque en esas fechas se labora -por el momento- el día de Acción de Gracias gringo, con su pavito horneado, y el cada vez más salvaje y divertido Halloween, e inclusive algunos ya festejan el 4 de Julio, día de la independencia de los Estados Unidos, porque, a celebrar, no nos gana nadie.
Por si fuera poco, cada año vienen de visita de cortesía una, dos o tres tormentas tropicales, o nos pasa por arriba la cola de un huracán endiablado, que anegan y paralizan el país por varias jornadas.
Después están las excusas de trabajo, una diligencia, un acta de nacimiento, un bautizo, una emergencia clínica, un chequeo médico, o se nos murió un tío lejano ya sea este caso real, o imaginario, que es lo más frecuente.
Por si no todo esto fuera poco, acaba de hacernos una jugadita el travieso Sandy a final de la temporada ciclónica, y nos regó una buena cantidad de lluvia y una excusa meteorológica para que durante dos días más de la mitad de los empleados, con razón o sin ella, no acudieran a sus trabajos, los niños no fueran a las escuelas y los dueños de empresas y altos ejecutivos se tomaran un puente más largo que el Golden de California, saliendo del país o quedándose en sus lujosos refugios de mar o montaña.
Si a ello le añadimos los veinte y tantos mil desplazados que pasarán un tiempito hasta normalizar sus tareas productivas, podemos afirmar que este es el país no se sabe cómo aumentan los índices de crecimiento, la renta per cápita y el PIB de nuestra economía. Sin duda, debemos ser unos magos en asuntos de productividad.
Y ni que decir tiene lo que se acerca después de esta holganza preventiva, pues nos llega de propina el puente de la Constitución, que cae en lunes y es de esperar otro éxodo general, y así podremos ir calentando los motores de la Navidad, que en este alegre patio comienza a principios de Noviembre, mes ya bautizado como Beviembre por los profesionales del can y las parrandas.
Ahí se inician las tradicionales felicitaciones a los amigos, los asaltos navideños, la bebedera y los sancochos nocturnos.
A este paso superaremos a Puerto Rico, país con el mayor número de fiestas del mundo, pues celebran las de ellos y además, las de sus asociados, los Estados Unidos.
Por cierto, podríamos añadir una fecha más a nuestro calendario festivo, la de la Reforma Fiscal, por la frecuencia con que se viene haciendo y el impacto tan fascinante que produce en la ciudadanía.
Total, una fiesta más al año, no hace daño.