Querido padre de la patria,
Le pido perdón, porque no he querido ir al parque a ver su nueva estatua de frente, apena de espalda y de lejos, cuando camino por la calle San Francisco, desde ahí veo que su traje lizo parece una lamparilla de noche con una luz de LET.
Le confieso que al no verlo es un acto de protesta en contra del patronato y los ingenieros que remodelado el Parque Duarte, en su tercera reconstrucción en el periodo del Gobierno de Leonel Fernández, en el Siglo XX, dos toletes de ingenieros, una tarde, sin brisa y medio nublado, descubriendo columnas y las zapatas completa de la vieja Iglesia Santa Ana derrumbada por el terremoto del 4 de agosto 1946, cuanta irreverencia, cuanta ignorancia de la historia y sobre todo, muy poco amor a los museos, como parte material del pasado que confirma su existencia en el presente; eso no es todo, llegando casi la noche, aprovechando la oscuridad, recogieron unos huesos de esqueletos completos, hasta con su cabeza, y algunas de ellas parecían que sonreían y otras con expresión de enojo por el irrespeto de echarlos en un saco de cabuya en rumba, en paquetes perdiendo su bella forma de cadáver organizadamente enterrados en la vieja Iglesia Santa Ana del Siglo 19 (XIX), costumbre de la iglesia Católica de enterrar sacerdotes, monjitas y personalidades de la comunidad en el pequeño cementerio ubicado en el patio de la Iglesia Santa Ana, según la tradición.
Estos pobres ingenieros llenos de ignorancia nos quitaron la oportunidad de estudiar arqueológicamente estos cadáveres quizás con nombre y apellido, como vestían, si fueron enterrados con sus pequeños bienes materiales, hoy llamado botija; espero que no estén enterrados para siempre.
Querida Estatua de Juan Pablo Duarte contra ti no hay nada en mi alma pero te juro que prefiero morir y nunca verte de frente hasta que no descubra un pedacito de la vieja Iglesia Santa Ana sepultada debajo de las palmas del parque solo la fecha de permiso de construcción de la Iglesia es un valor histórico según el obispo Brito. (Fue en el 1810)
Atentamente,
Manolo Bonilla
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