Como ya hemos visto en otros escritos, este país, tan peculiar y especial, es ideal para muchos tipos de personas. Para los siquiatras por lo ¨ aloqueteados ¨ que nos estamos poniendo con esta vida llena de sobresaltos. Es ideal para los sastres, por tantas medidas que debemos tomar, y es también ideal para los ricos y los pobres porque ambos van en coche, tanto por exceso como por defecto.
Y si lo pensamos bien, también lo es para los anarquistas, esos señores que las pasan atentando contra todo orden y estructura social. La palabra anarquía proviene del griego antiguo, y está compuesta por el sufijo ¨ an ¨ que significa, no, sin, y la raíz ¨ arke ¨ que es, origen, principio, poder o mandato. El anarquismo es pues, una filosofía política la cual plantea que ni el gobierno ni el poder son necesarios, pues el hombre puede vivir sin la presión de la autoridad ya que por naturaleza es libre, independiente y solidario.
El francés Sebastián Faure decía con muchos ánimos que ¨ todo el que lucha contra la autoridad, es un anarquista ¨. No se si les suena familiar esa frase en este patio nuestro de cada día, pero si nos atenemos a ella resulta que vivimos en un país donde podría considerarse el lugar donde se inventó el anarquismo, por lo menos en versión caribeña y, posiblemente, el que más partidarios de esta teoría hay en estos momentos.
Porque aquí, una gran cantidad de ciudadanos hacen lo que quieren, despreciando olímpicamente las leyes o saltándoselas por encima de las autoridades. Y no sólo eso, sino que además tenemos tipos de anarquismos bien especializados.
Como el, anarquista vial, el que se pasa en rojo un semáforo, dobla donde dice ¨ no doblar ¨, el que aparca donde dice ¨ no estacionar ¨, el que no le hace caso a las multas, el que se burla de un agente de tránsito, el que va a 150 kilómetros hora donde solo se permite los 100.
Está también el anarquista urbano, el que lanza la basura donde dice ¨ prohibido tirar desperdicios ¨, el que monta un negocio encima de una acera, el que se orina en una pared, el que hace popó en cualquier solar, el que construye su casita sin propiedad, ni permiso, el que no paga la luz o se la roba, yo el que hace lo mismo con el agua.
Está el anarquista fiscal, que no paga todos los impuestos que debería o se queda todo una buena parte del ITBIS, los que esconden el dinero en paraísos fiscales para evitar contribuir con lo que les corresponde.
Está el anarquista comercial que no contempla las normas de calidad e higiene exigidas por los reglamentos, el que usa materias primas ínfimas o adulteradas, el que vende productos pasados de fecha, el que especula con toda clase de productos y el que cobra sobreprecios exagerados en todo lo que se puede.
Otra variedad es el anarquista social, el bandido que estafa, tima, atraca, secuestra, hiere o mata a los ciudadanos para robarles desde un celular, un bolso, un carro, el dinero, hasta todos los enseres de la casa, la nevera, el televisor y el perro guardián, por muy doberman o pitbull que sea.
Cabe también mencionar el anarquista legislativo que es aquel que hace las leyes para después incumplirlas o cumplirlas cuando le convienen a su propia interpretación y a sus intereses.
También está el anarquista político que no sintoniza con quienes lo eligieron, que se corrompe ante el dinero fácil, o el que se ampara ante el escudo perverso de la impunidad.
Y por último – no el último porque hay cientos más- citaremos el anarquista autoritario, que detenta el poder para cumplirlo y hacerlo cumplir, pero que a la hora de la verdad, de imponerse, le faltan pantalones, y por eso estamos como estamos.
Si el ruso Mikhail Bakunin, uno de los más famosos anarquistas históricos, hubiese vivido entre nosotros ¡lo feliz que hubiera sido!. Y cuántas cosas más habría aprendido.