Los pueblos primitivos solían usar como calendario las fases de la luna, pero los egipcios descubrieron que los calendarios lunares no eran prácticos para descubrir la crecida de su rio Nilo, un acontecimiento fundamental para su subsistencia. Las fases de la luna eran muy cortas y conducían a errores, mientras que siguiendo el movimiento del sol podían predecir las estaciones.
Para indicar los días del mes, los romanos tenían un sistema muy complicado, heredado de la época del calendario lunar primitivo. No numeraban los días del 1 al 31, sino que en cada mes había tres días clave: Las calendas, de ahí precisamente el origen de la palabra Calendario.
El primer calendario romano, según la tradición, fue creado por Rómulo, fundador de Roma. Estaba ordenado en diez meses lunares, por lo que tenía una duración de unos 304 días. El problema era el desajuste de las fechas respecto a las estaciones. Los diez meses se denominaban de la siguiente manera:
Martius (marzo): Primer mes del año, en honor a Marte, padre de los fundadores de Roma. Era el mes en el que empezaba el buen tiempo y, por lo tanto, los romanos podían emprender nuevas guerras de conquista, siendo esta la prioridad de los romanos se entienden dedicaran este mes a Martius, dios de la guerra.
Aprilis (abril): Dedicado a Apru (Venus), diosa etrusca. Los etruscos tuvieron gran influencia en Roma. Otra hipótesis se refiere a la llegada de la primavera, estación en que se abren (aperire) las flores.
Maius (mayo): Llamado así por Maia, madre de Hermes, diosa de la fertilidad. Iunius (junio): Dedicado a Juno, diosa del hogar y la familia. Quintilis (julio): porque era el quinto mes; más adelante veremos cómo después ese nombre es cambiado por Iulius, dedicado a Julio Cesar.
Sextilis (agosto): Sexto mes, pero luego cambiado por Augustum, para honrar al emperador Augusto. Septembris (septiembre): Séptimo. Octobris (octubre): Octavo. Novembris (noviembre): Noveno. Decembris (diciembre): Décimo.
El calendario de doce meses se lo debemos a Numa Pompilio, segundo rey de Roma entre el siglo VIII y siglo VII a.C. quien decidió buscar una solución al desfase entre las estaciones y el año lunar añadiendo dos meses más al final del calendario para cuadrarlo con el año solar, a estos nuevos meses se les denominó:
Ianuarius (enero), en honor a Jano, y Februarius (febrero), en honor a Februus (o Plutón) dios de la purificación. Por lo tanto terminaban el año, purificándose, así el calendario pasó a tener 355 días.
Las campañas militares romanas que se llevaron a cabo a mediados del siglo II a. C. exigían el nombramiento de cónsules con una considerable antelación, ya que los destinos se encontraban lejos de Roma. Por este motivo, en el año 153 a. C. se estableció el comienzo del año en el 1 de enero, quitándole el lugar al día 1 de marzo. Es decir, que colaron dos meses antes de marzo.
Por esos tiempos los romanos andaban a tortas con los rebeldes hispanos. La Guerra numantina se había iniciado en el 154 a.C. y Roma debía dar una respuesta con rapidez, por lo que el nombramiento de Quinto Fulvio Nobilior como cónsul se adelantó dos meses. Lo que fue un arreglo coyuntural se acabó convirtiendo en un cambio permanente, y los posteriores cónsules empezaron a adquirir su cargo a principios de enero, ya que esta modificación les permitía preparar las campañas en invierno para poder empezarlas en marzo. Por consiguiente, se podría decir sin exagerar que la revuelta del 154 a. C. en Hispania provocó una alteración notable en nuestro calendario.
Todavía andábamos con un calendario de 355 días y algunos meses tenían nombres que no nos suenan familiares.
Como después de la reforma de Numa Pompilio las cosas no se arreglaron, ya que tenían un calendario lunar desfasado con el curso estacional basándose en el ciclo solar (365 días), se optó por añadir algunos meses denominados mercedonios, o intercalares. Cada dos o 3 años se añadía un mes intercalar, o mes número 13. Transcurridos 20 años se ajustaba todo de nuevo y vuelta a empezar.
Los romanos distinguían cuatro estaciones denominadas: ver (primavera), aestus (verano), autumnus (otoño), hiems (invierno)
En el año 46 a.C. Julio César decide cambiar el número de días. Siendo perfeccionista, como era, le encomendó al conocido astrónomo griego Sosígenes la tarea de hacer cuadrar las fechas con las estaciones con la mayor exactitud posible. Después de unos cálculos, Sosígenes llegó a la conclusión de que el año solar tenía un ciclo de 365 días y 6 horas. Debía, pues, añadir más días a los meses (hasta ese momento tenían 29, menos alguna excepción). Así, los meses pares pasaron a tener 30 días y los impares 31. Esto daba 366 días, por eso le quitaron uno a febrero que quedó de 29.
Además, cada cuatro años se añadiría un día a febrero para completar el déficit de 6 horas anual en el calendario. En vez de añadir el día al final de Febrero se intercaló un día entre el quinto y el sexto día antes de las calendas, o sea entre los días que hoy son el 23 y el 24 de febrero. Este día adicional fue llamado bis sextus dies ante calendas martias, o sea, “segundo día sexto antes de las calendas de marzo”. Al año que contenía ese día se llamó por eso bissextus (bisiesto).
Tras la muerte de Julio César y por iniciativa de Marco Antonio el mes Quintilis, pasó a llamarse Julius (julio).
Octavio Augusto, su sobrino y primer emperador no quería ser menos. El mes de Sextilis pasó a llamarse Augustus (agosto). Al ser mes par tenía 30 días pero, pero para no estar en inferioridad con Julio Cesar, se le restó otro día a febrero y se añadió a ese mes. Febrero quedó pues con 28 días y con 29 los años bisiestos.
El calendario juliano (llamado así en honor a Julio César) fue el predominante en el mundo romano, y posteriormente en la mayor parte de Europa y en las colonias europeas de América, hasta que fue sustituido progresivamente por el calendario gregoriano instaurado en 1582 por el Papa Gregorio XIII; primero en las zonas católicas y a lo largo de los años y de los siglos también en las zonas protestantes. En los países ortodoxos se implantaría muchísimo más tarde. España y Portugal aplicaron la reforma el mismo día que Roma en 1582. En Rusia no se implantó hasta 1918 y en Grecia hasta 1923.
¿Por qué se cambió? Porque todavía había un pequeño desfase. Según el calendario juliano que instituyó un año bisiesto cada cuatro, consideraba que el año estaba constituido por 365,25 días (365 días y 6 horas), mientras que la cifra correcta es de 365,242189, o lo que es lo mismo, 365 días, 5 horas, 48 minutos y 45,16 segundos. Este desfase es muy pequeño pero a lo largo de los siglos el error se va haciendo más grande. El calendario gregoriano ajusta este desfase cambiando la regla general del bisiesto cada cuatro años, y hace que se exceptúen los años múltiplos de 100, excepción que a su vez tenía otra excepción, la de los años múltiplos de 400, que sí eran bisiestos.
El calendario gregoriano nació con la necesidad de ajustar el desfase que había con la Pascua (domingo de Resurrección, fiesta central del cristianismo). En el Concilio de Nicea (año 325) se determinó que la Pascua debía conmemorarse el domingo siguiente al plenilunio (luna llena) posterior al equinoccio de primavera del hemisferio norte. Aquel año 325 el equinoccio había ocurrido el día 21 de marzo, pero con el paso del tiempo la fecha del acontecimiento se había ido adelantando hasta el punto de que en 1582 el equinoccio se fechó el 11 de marzo. El desfase era ya de 10 días.
Así al día siguiente del 4 de octubre de 1582 se dio paso al 15 de octubre con la implantación del calendario gregoriano.
El calendario gregoriano tampoco es exacto al cien por ciento. Cada año se desajusta 26 segundos (correcciones incluidas).Significa que se requiere el ajuste de un día cada 3300 años. Además los años no mantienen su duración con el paso del tiempo, sino que varían ligeramente. El año disminuye su duración en 1,15 segundos cada siglo, como resultado de las perturbaciones que sufre la órbita de la Tierra alrededor del Sol por la acción de los restantes planetas y por el movimiento anómalo del eje de rotación terrestre. Se trata de una cantidad pequeña, pero no la podemos despreciar porque se va acumulando año tras año.
Entre otras fuentes, tomamos como referencia fundamental a Segura, W. (2010), Nuestro Calendario y Academia play, (2018).