Esto de levantar muros y murallas es más viejo que el caminar a pie. En los textos bíblicos ya se narraba la destrucción de las de Jericó, y desde siempre estas obras gigantescas han tenido la finalidad de defenderse contra enemigos externos, ya sean estos reales o supuestos.
A través de la historia, cientos de ciudades, especialmente de Europa, como Ávila, Carcasonne, Monte Saint Michel, Dubrovnik, o del Norte de África, las de la ciudad santa de Fez en Marruecos, las numerosas de Asia, y Extremo Oriente, e incluso en la moderna América -las imponentes de Cartagena de Indias, en Colombia- han utilizado este eficaz método de defensa, hasta que las necesidades de expansiones demográficas y comerciales, junto a los avances de las armas pesadas, las volvieron obsoletas en el mundo actual, y hoy sólo sirven para ser recorridas o fotografiadas por los turistas, o para lamentarse, como sucede con el famoso muro de Jerusalén.
El caso más extremo lo constituye la muralla china, levantada durante siglos y con una longitud de más de 6.000 kilómetros para evitar la invasión de los pueblos nómadas que por aquellos entonces la asolaban. Pero resulta que los muros o murallas, desde hace unas pocas décadas han vuelto estar de moda, resurgiendo con cierto auge y diversas finalidades, auxiliándose en muchos casos de la electricidad o de dispositivos y tecnologías virtuales.
Comenzaron las nuevas barreras, después de la segunda guerra mundial con la simbólica pero férrea cortina de hierro entre Europa del Este, para diferenciar la política, la economía y lo militar de los países comunistas respecto a los del los llamados eufóricamente capitalistas o imperialistas.
El muro de Berlín, fue el primero en carne de cemento y hueso de varilla que se erigió, y pretendía evitar la fuga masiva de alemanes orientales a la zona oeste.
Por fortuna y buen juicio entre ambas partes, ha sido derribado para siempre, o al menos, eso esperamos. Otro muro importante es levantado por los judíos en Cisjordania, que separa los pueblos, hasta el momento, irreconciliables, de Israel y Palestina, para evitar atentados y las incursiones militares de ambos.
El nuevo muro más largo está entre México y los Estados Unidos, cubriendo un tercio de sus extensas fronteras, con el objetivo de frenar una constante inmigración ilegal mexicana. Además, existen otros muros menos conocidos, como las irónicamente llamadas ¨ líneas de paz ¨ en Irlanda del Norte, separando unionistas pro Inglaterra de los independentistas.
Asimismo, cabe destacar la considerable cerca de alambre que separa Bostwana de Zimbabwe de 500 kilómetros de longitud. O la de 190 kilómetros de alambres electrificados entre Irak o Kwait, levantada inicialmente por Husein Sadam, y algunas vallas menores como las de 8 kilómetros que separan a Ceuta y Melilla del territorio marroquí.
Ahora resulta que, contagiado por este fenómeno, Haití, al parecer ajeno a sus tremendos problemas económicos y sociales, está levantando un muro que ya va por los ocho kilómetros, no con el propósito evitar que la invadan sino, como caso insólito, para frenar el éxodo sus ciudadanos hacia la República Dominicana.
Y para colmar el colmo de los colmos, hay dominicanos que se han manifestado también a favor del muro, pero en sentido contrario, para evitar la entrada incesante de los emigrantes ilegales haitianos. Los muros no sólo separan y aíslan a los países, sino también a sus habitantes y sus mentalidades.
Las diferencias o problemas entre países deben solucionarse no con blocks o ladrillos, sino con diálogo permanente, legislaciones justas y unas buenas dosis de voluntad política.
Parece como si el fuerte sol de nuestro trópico estuviera cocinando los cerebros a ambos lados de las fronteras.
Señores de aquí y de allí, a ver si cogemos cabeza. Si es que la tenemos.