Durante toda la historia de la Salvación, ha correspondido a los estudiosos de las Sagradas Escrituras, interpretar, comprender y explicar lo que Dios ha querido decir por su Palabra.
El desarrollo de la Mariología o el estudio de la persona María y su misión inició formalmente en el Nuevo Testamento y ha continuado en modo ininterrumpido a través de los siglos: Exegetas, teólogos y Papas en su Magisterio han ido siempre in crescendo, alcanzando una mayor comprensión sobre su papel en la historia de la Salvación.
El Quinto Misterio Glorioso del Santo Rosario está dedicado a meditar sobre la “Coronación de María como reina de cielo y tierra”. Esta es una conclusión fruto de siglos de reflexiones teológicas.
Así lo recoge el Papa Pío XII, en su Encíclica Ad Caeli Reginam, (1954), sobre la realeza de la Santísima Virgen María y la institución de su fiesta:
“Si María, en la obra de la salvación espiritual, por voluntad de Dios fue asociada a Cristo Jesús, principio de la misma salvación, y en manera semejante a aquella con la que Eva fue asociada a Adán, principio de la misma muerte, por lo cual puede afirmarse que nuestra redención se cumplió según una cierta ‘recapitulación’, por la que el género humano, sometido a la muerte por causa de una virgen, se salva también por medio de una virgen; si, además, puede decirse que esta gloriosísima Señora fue escogida para Madre de Cristo precisamente ‘para estar asociada a Él en la redención del género humano’, ‘y si realmente fue Ella, la que, libre de toda mancha personal y original, unida siempre estrechísimamente con su Hijo, lo ofreció como nueva Eva al Eterno Padre en el Gólgota, juntamente con el holocausto de sus derechos maternos y de su maternal amor, por todos los hijos de Adán manchados con su deplorable pecado’; se podrá de todo ello legítimamente concluir que, así como Cristo, el nuevo Adán, es nuestro Rey no sólo por ser Hijo de Dios, sino también por ser nuestro Redentor, así, según una cierta analogía, puede igualmente afirmarse que la Beatísima Virgen es Reina, no sólo por ser Madre de Dios, sino también por haber sido asociada cual nueva Eva al nuevo Adán. Y, aunque es cierto que, en sentido estricto, propio y absoluto, tan solo Jesucristo —Dios y hombre— es Rey, también María, ya como Madre de Cristo Dios, ya como asociada a la obra del Divino Redentor, así en la lucha con los enemigos como en el triunfo logrado sobre todos ellos, participa de la dignidad real de Aquél, siquiera en manera limitada y analógica. De hecho, de esta unión con Cristo Rey se deriva para Ella sublimidad tan espléndida que supera a la excelencia de todas las cosas creadas: de esta misma unión con Cristo nace aquel regio poder con que ella puede dispensar los tesoros del Reino del Divino Redentor; finalmente, en la misma unión con Cristo tiene su origen la inagotable eficacia de su maternal intercesión junto al Hijo y junto al Padre” (#15).