Parece que, hartos de aparecer en los últimos lugares de tantos ranking mundiales, como el de transparencia, corrupción, educación, y otros muchos, ahora nos esforzamos en obtener los primeros puestos en áreas no menos importantes, como la de los accidentes de circulación, donde hemos alcanzado el muy dudoso honor de ocupar el segundo lugar en el planeta, sólo después de la pequeña isla de Niue, perdida en el sur del Pacífico, con menos de dos mil personas, y por si fuera poco también somos los primeros en América Latina.
Las cifras sobre fallecidos en nuestras calles y carreteras son sencillamente aterradoras. Tenemos un índice de 41.7 muertes por cada 100.000 habitantes, duplicando la tasa promedio del hemisferio occidental, y es posible que a estas alturas del calendario hayamos batido nuestro propio récord, mientras que, por ejemplo, en Estados Unidos es de sólo 11, o sea, un dominicano tiene cuatro veces más la posibilidad de perecer en el asfalto que un norteamericano.
Si aplicamos dicho índice, debemos tener unos 4.000 fallecidos al año, sin contar los heridos y sus secuelas de personas discapacitadas y traumatizadas para el resto de sus vidas.
Cada cinco años, una parte de conciudadanos del tamaño poblacional de Padre las Casas, o Cambita Garabito, desaparece de manera trágica en calles y carreteras y lo que es aún peor, una gran parte por una falta de responsabilidad colectiva tanto por parte de los conductores, como la ineficacia de las autoridades del sector que le corresponde.
El pasado día 15 de Noviembre se celebró el Día Mundial Sin Accidentes y, que sepamos, aquí pasó desapercibido, como si estas desgracias fueran ya parte de nuestro singular folklore de deficiencias sociales.
Pero es curioso que, en la televisión, se está pasando un anuncio de una señora que perdió su marido en accidente y todo lo significó su triste desaparición para su familia.
La intención puede ser buena, pero de muy poco sirve si no se atacan a la vez de manera directa las principales y múltiples causas: el manejo temerario de camiones, carros y motores, velocidades excesivas, el alcohol, que hasta se vende en los llamados Drive Thru, el mal estado de muchas vías, la falta de señalización en tramos peligrosos, la iluminación escasa o nula en zonas de alta circulación, los cruces de vías secundarias en autopistas, las chatarras importadas en forma de motocicletas, desechadas en otros países, que se comercializan de manera tan alegre, la ausencia de revisiones serias que garanticen el estado de los vehículos, la falta de cascos, de radares, de aparatos para medir la alcoholemia, de semáforos Tres, cuatro y hasta cinco personas montadas en una débil ¨ pasolita ¨, vehículos marchando en contra dirección, cientos de miles de conductores sin licencia, carros parqueados donde no se debe, peatones que cruzan como chivos sin ley… y así podríamos continuar hasta el infinito.
¿Cómo es posible que de Santo Domingo a Montecristi, a Barahona, a Higuey, a Samaná, o a donde usted quiera viajar, no haya ni una sola patrulla motorizada para controlar la circulación con autoridad y eficacia?
Entre todos, los conductores y peatones y las autoridades estamos haciendo lo posible no sólo para mantener el segundo puesto de accidentes en el universo, sino para dejar atrás la chiquita isla de Niue, y ostentar el oprobioso primer lugar.
Pensemos que cada día, un promedio de 11 personas perecen en las vías de nuestro país y que somos nosotros, nuestros familiares o nuestros amigos los que podemos formar parte de esa penosa estadística.
A ver si tomamos conciencia de una vez por todas que miles de vidas se salvarían cada año si manejáramos como es debido ¿Y las autoridades responsables del transito, qué dicen por su parte?
Pues, bien, gracias. Como siempre.