Son tantas las maneras en las que nos vemos condicionados a consumir. Desde la prensa, televisión, la Internet, trabajo, amistades. ¡Nuestras familias! En todos los espacios en los que nos desplazamos es tan incidente la propaganda e incitación al consumo.
Compañías crean una necesidad ficticia a traves de hacerte sentir ínfimo(a). Lejos de incentivar el autoestima te desprecian y hacen sentir inferior e incompleto(a), pues: «Con este producto, puedes adquirir la belleza y figura que siempre deseaste». «Vas a ser el sueño de toda(o) chica(o)». «¡Serás feliz!» Pero, ¿Es esto cierto? ¿Por qué no incentivar la auto aceptación, el amor propio?
Gastamos fortunas comprando productos para la «belleza» que sólo nos hacen ver como el estandarte de la sociedad capitalista en la que vivimos. Pagamos fortunas en tratamientos, dietas y cirugías que van en contra de la naturaleza misma con el fin de responder a estos estándares sociales.
Es absurdo como dos camisetas del mismo material, estilo y calidad tienen diferencia de precio de hasta 500%, sencillamente por el logo de una marca de «prestigio». Y es que lamentablemente vivimos en una época en la que la calidad y valor de las cosas están asociadas con su costo monetario.
Pero esto no se limita a los productos que consumimos, también se refiere a los servicios que adquirimos. Para dar un ejemplo, la educación; mientras más cara la institución privada mayor «prestigio» esta tiene. Por ende más se afanan los padres en que sus hijos estudien en ella, pues es garantía de una mejor educación. ¿De veras?
Más triste aún es como este principio consumista está impregnado en nuestro subconsciente para definirnos a nosotros mismos. Creemos que nuestra valía y la de los demás está basada en nuestros ingresos, pertenencias y en qué gastamos nuestro dinero. Nos llenamos de orgullo para enseñar nuestro nuevo auto, el logo de la marca de la ropa que usamos, el costoso licor que tomamos, cuanto dinero gastamos en cosas que al final no garantizan la paz y felicidad que tanto anhelamos.
Hablemos del amor, o nuestro concepto de este maravilloso sentimiento. Queremos comprar, (o que compren), nuestro cariño. Ansiamos regalos «que representen cuánto esta persona me ama». Para dar un ejemplo, el anillo de compromiso. ¿Es necesario darlo? En tal caso, ¿Debe de ser uno tan costoso? El hecho que lo regalemos o lo recibamos, no es garantía de la solidez y futuro de la relación, no es prueba de fidelidad o el susodicho compromiso. Es sencillamente una joya a la que le atribuimos el valor de uno de los más grandes sentimientos, el amor, pero que jamás se asimilará al mérito de éste.
Como si fuera poco, existen fechas cuya finalidad aparenta ser la de incentivar el consumo masivo. Desde San Valentín, El Día De Las Madres, Navidad, Día De Los Santos Reyes, por no citar otras, nos sentimos obligados a responderles a nuestros seres queridos con regalos para demostrarles cuanto les apreciamos y agradecemos, y si no tenemos los recursos para comprarlos, ¡Nos endeudamos! Además tenemos expectativas en los demás para que nos regalen en estas fechas.
Reflexionemos el impacto que esta práctica tiene en nuestro planeta. La tierra es agotable en sus recursos, y el despiadado ritmo con el que estamos consumiendo de sus riquezas es mucho mayor a la frecuencia con la que estamos invirtiendo en su conservación y proliferación del ecosistema. Pensemos en las demás especies que habitan nuestro planeta, pensemos generaciones futuras.
Consideremos descubrir el infinito potencial que existe en nuestro interior. Cabe destacar que dado el sistema económico en el que vivimos el dinero puede garantizar ciertas facilidades pero seamos sensatos en aceptar que ninguna cantidad de efectivo, propiedades o pertenencias lograrán hacernos felices. Al mismo tiempo es prudente que reflexionemos el hecho que la aprobación de los demás no es necesaria para definir quienes somos, ni lo que podemos lograr. Sólo tú puedes hacerte feliz a ti mismo y es encontrándote contigo mismo que podrás definir tu propósito y explotar esa potencialidad que te hace único(a). Esa belleza existe en ti. Esa capacidad la llevas contigo, es sólo cuestión de acceder a ella.
Escrito por Antony De La Cruz.