Ya en el aeropuerto comenzó el asunto. Mientas esperábamos sentados el tedioso proceso de chequeo para embarcar rumbo a la capital dominicana, cinco o seis mujeres jóvenes de por aquí, que no eran de reputación dudosa, sino bien definida, sacaron del bolso un pote de whisky, no sabemos cómo había pasado los controles – para eso somos tan ingeniosos – y comenzaron a beber una y otra vez ¨ a pico botella ¨ ante el callado asombro de los restantes pasajeros. Una de ellas, con un buen trasero embutido en un pantalón a punto de estallar y con un peinado de greñas que le hacía parecer una medusa de esas que aparecen en las playas, comenzó a decir bien alto ¨ aquí se va a beber ¨ ante el coro de risas de sus compañeras. Ya en el avión, en pleno vuelo y en plena bebedera tal como habían prometido, se unió al grupo un hombre joven, originario de un barrio muy pobre, algo más alto y fornido del promedio, bien parecido a su estilo, con un candado que acentuaba su aspecto varonil.
De pie apoyado en el asiento, con un trago en la mano y varios en el cuerpo, comenzó a contar su vida con una voz que, sin ser chillona, se oía en todo el avión. Su historia hasta el momento y narrada con mucha gracia era esta: sin empleo y sin porvenir se fue como tantos otros a Bávaro buscándose la vida. Trabajó en la seguridad de un hotel donde un buen o mal día cedió ante un soborno de 25 dólares que le ofreció una trabajadora sexual como ahora se dice, por dejarla pasar y ¨ atender ¨ un cliente. El caso por unas y otras razones más complejas se supo y al día siguiente lo llamaron a capítulo y ante le inminente despido, dijo, ¨ pues saben qué les digo: me voy de sankimpanki ¨, y así fue. Allí y al poco tiempo de ejercer en esos agitados menesteres conoció a una europea, gerente comercial de un importante firma cosmética, que se enamoró de nuestro Don Juan criollo hasta el tuétano. Como en tantos otros casos que ya casi constituyen casi un cliché de las costas, lo visitó en su barrio, conoció a su familia, movió papeles y visas y se lo llevó a su país y hasta le consiguió un trabajo.
Allí, y según el relato del protagonista…¨ ella pagaba el apartamento, pagaba la luz, pagaba el agua, pagaba la compra del supermercado, pagaba los restaurantes y a las once de la noche… yo pagaba con este cuerpazo que me dio mi mamá ¨, risas generales que invitaban a continuar el cuento y de nuevo muchos ¨ aquí se va a beber ¨ de la medusa y compartes que no pararon de servirse tragos durante las casi nueve horas del vuelo. Después, cuando acabó ese romance, lo que fácil comienza, fácil acaba, se enredó con otra mujer que manejaba mucho dinero y sabía de la vida más que una caja llena de cajas de lápices, hasta que descubrió que era la gerente de una sofisticada casa de prostitución y le salió huyendo. Ahora estaba ¨ arrimado ¨ con otra, al parecer más estable, volvía para ver a su familia y llevarles un dinerito en euros y mitigar en lo posible sus necesidades, pues el dominicano, sea lo que sea, haga lo que haga, es un ser apegado al cordón umbilical materno. El avión llegó con los consabidos aplausos, mucho antes de aterrizar.
Varias veces más en el proceso de bajar sonó el ¨ aquí se va a beber ¨ ya en un tono de medusa estropajosa. Los pasajeros se fueron diluyendo cada uno a su destino. Pienso en ese hombre del pueblo, listo, vital, atrevido, con su tragicomedia de furo incierto a cuestas y me da pena de tantos miles y miles como él, que buscándoselas como un toro como decimos aquí, se desperdicia un enorme caudal de talento y voluntad. Sólo hay que pulirlos un poco y darles una mejor oportunidad. Solo eso.