Estamos en octubre, mes del rosario y de las misiones. Es una ocasión propicia para meditar los misterios de una oración sencilla pero llena de espíritu, y de una enseñanza piadosa profunda que nos acerca poco a poco al Creador. Es decir, el santo rosario es la oración humilde que rezan los cristianos a María por su obediencia al Padre. Asimismo, gozamos del tiempo perfecto para comunicar a otros lo que Dios hace en cada hombre y mujer de fe, a través de la evangelización. De aquí que no caminamos solos, son incontables los santos que, con su testimonio de vida y su generosidad, continúan iluminando a la Iglesia y al mundo con su santidad.
En la historia de nuestra salvación peregrina la Madre de Dios, María santísima. La cual, fue una mujer coronada de gloria y dignidad por encima de todos los ángeles y santos. Sierva humilde que se ganó el cielo con su entrega total al proyecto salvador de su Hijo. Por eso, no es casualidad que la Iglesia coloque a María en los altares más altos, porque ella supo decir desde lo más profundo de su corazón: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí, según tu Palabra” (Lc 1, 38).
Por lo dicho anteriormente y por otras razones más, en el santo Rosario repetimos Avemaría, no por casualidad, sino porque reconocemos en la figura de María, a aquella jovencita que supo colocarse detrás de todos, que se quedaba en el anonimato, lejos de las cámaras y de las luces, para que Jesucristo mostrara a la humanidad el rostro misericordioso del Padre. Por consiguiente, podemos sin miedo aplicar a la Virgen María, estas palabras de las Sagradas Escrituras: “Todo el que se ensalce será humillado, y todo el que se humilla será enaltecido” (Mt 23, 12), pues fue elevada por encima de todas las criaturas humanas porque se anonadó aceptando ser la primera discípula del Señor.
Ahora bien, estamos conscientes que María no salva, no hace milagros, tampoco es la redentora del plan salvífico de Dios. Pero de lo que sí estamos seguros es que ella intercede, se preocupa y siempre está atenta a las necesidades de los creyentes. Y de que, además, pasó momentos amargos, situaciones difíciles, que les fueron anunciadas con las siguientes palabras: “…una espada te traspasará el alma”, (Lc 2, 35). Y no solo le tocó ver a Cristo sufrir hasta el final, sino incluso contemplarlo morir en una cruz.
En resumen, el rosario es una oración mariana que tiene como centro a Jesús. María se ha ganado el puesto junto a Jesús por su radicalidad en hacer la voluntad de Dios. Dicho esto, entonces podemos entender los elogios, las ofrendas y los honores que se le tributan a María. Y lo hacemos, no con la intención de opacar o desplazar la persona del Maestro, sino porque se convirtió para todos los cristianos en madre, abogada y sobre todo, en la acompañante fiel de los que sufren y de los desamparados.