En la vida todo cuesta, no solo dinero sino sacrificio y cambio de mentalidad. Ahora cuesta levantarse, trabajar, estudiar, ser honrado, ayudar a los demás y reconocer los propios errores. De igual manera, también cuesta orar, terminar una carrera, aprender un idioma y salir de la misma rutina de siempre.
Todo se ha vuelto tan pesado que, en ocasiones se ha llegado a pensar que las cosas son más grandes que nuestras fuerzas. Incluso, pareciera que caminamos hacia el fracaso, como si estuviéramos vigilados y con alguien diciéndonos al oído: “sabemos que no vas a poder lograr nada, ya no insistas más, ríndete. Total, sabíamos que no ibas a llegar a ningún lado”.
Sin embargo, la existencia no ha cambiado de la noche a la mañana. No surgió de la nada. No fue un capricho de una sola persona ni tampoco una ley impuesta a la humanidad. La pesadez se fue formando poco a poco. Entró de manera sumisa, lentamente y sin mucho ruido. Lo hizo mientras estábamos divirtiéndonos, en los momentos en que decidimos dejar las cosas para mañana, o por la mitad y cuando nos daba lo mismo que tuviera hecho con calidad o sin ella.
Sí, seamos realistas y sinceros. La vida se convirtió en un fastidio para muchos cuando se decidió cambiar el horizonte, al instante que un capricho pasajero era más importante que reconocer el orden y las realidades establecidas en la sociedad, o la estructura que se nos fue dada por naturaleza y no por consenso mundial. Pero como el mundo había avanzado, creímos que debíamos progresar de igual manera en nuestras acciones. Es decir, entendíamos que ahora se manejarían las cosas por emociones, por sentimientos. Ya eso de lógica, razonamiento y principios éticos-morales debían pasar a la historia y ser dejados en un museo como parte de nuestro pasado.
La vida se volvió pesada cuando nos sentimos con la autoridad y el derecho de diseñar y pintar el mundo según nuestros antojos y deseos momentáneos. De aquí que, se nos subió el ego y la soberbia a niveles tan altos, que fuimos tomando partido sobre la vida sin medir consecuencias. Ahora teníamos más preocupación por la diversión que por el trabajo, la “libertad” que por la responsabilidad; y una exigencia por nuestros derechos más que por el cumplimento de nuestros deberes.
Parecen simples palabras la manera como le quitamos carga a nuestro aliento vital, supuestamente para hacerla más llevadera. Pero sucedió todo lo contrario, al final se volvió más pesada, incómoda y agobiante, porque se nos olvidó que la vida fue creada por Dios y que cada modificación creativa que intentábamos implementar nos hacía daño a nosotros mismos.
En definitiva, sin que parezca una contradicción, la vida no se volvió pesada, simplemente nosotros nos volvimos menos capaces, más sensibles, y con una facilidad tan notoria que dejamos de luchar, y fruto de esto, sentimos que la existencia se volvió complicada, amarga y sinsentido. Entonces, ¿es la vida pesada o somos más pesimistas?